Siendo pequeño, algún sábado al acabar el colegio no me quedaba a cambiar cromos o a jugar un rato al fútbol con los compañeros. Lo que hacía era ir corriendo a casa, dejaba la cartera, cogía la merienda que normalmente era un trozo de pan con una onza de chocolate o con aceite y azúcar y salía escopetado al cine del barrio, o sea, el Montecarlo, el América, el Olimpia o cualquiera de mi barrio para ver qué ponían esa semana.
Y entonces desparecieron los cines de otras épocas: el cine América y el cine San Rafael (antes cine Pizarro y después Teatro Cómico) en el paseo de las Delicias. El cine Delicias en la calle Tortosa. El cine Elcano en la calle Sebastián Elcano. El cine Infante en Santa María de la Cabeza y el cine Montecarlo en la calle Embajadores.
Al principio, lo que quería es que al menos pusieran una de John Wayne, de Kirk Douglas o de Burt Lancaster que eran entonces mis actores favoritos. Pero a medida que me iba acercando, me conformaba con que por lo menos una fuera de vaqueros, de romanos o de aventuras que eran las que más nos gustaban a mis amigos y a mí. Ya la otra (segunda película) no nos importaba tanto, aunque lo mejor es que fuera una comedia que también nos encantaba sobre todo si era de Cantinflas que nos hacía reír mucho y al que más de uno había aprendido a imitar con bastante gracejo.
Pero cuando ya estaba cerca del cine, lo único que deseaba es que fueran toleradas para menores porque si eran para mayores había que pensar en ir a otro cine para pasar la tarde del sábado ya que a todos los amigos no gustaba ir a ver películas.
Bueno, también es verdad que si no podíamos ir al cine Montecarlo el mismo sábado por la mañana podíamos enterarnos de qué ponían en alguno de los otros cines del barrio aunque me pillaban un poco más lejos. Desde luego, lo que no me faltaba eran cines a los que ir porque si mal no recuerdo estaban el cine Lavapiés, el cine San Cayetano, el cine Odeón, el cine Pavón, el cine Delicias, el cine Elcano…, aunque habia más que están en el cajón de la memoria.
No siempre había suerte con lo de las películas, pero qué emocionante era cuando por ejemplo, llegabas un día al cine y allí, en la fachada colgaban los carteles de dos películas como Fort Apache con John Wayne, Henry Fonda y Shirley Temple y 20.000 leguas de viajes submarino con Kirk Douglas y James Mason.
¡Desde luego, no se podía pedir más!. Ese día que viví alguna vez que otra, me quedaba ensimismado durante un buen rato observando cada detalle de los carteles. Por supuesto, tampoco me perdía las fotos de las películas que se exhibían en las vitrinas que había en los laterales del cine y que me servían para ponerme en antecedentes de lo que el sábado iría a ver. Eso sí, esta costumbre de curiosear las fotos de las películas en cuestión a veces te generaban un estado crítico de desilusión especialmente cuando había cosas que habías visto en ellas y que luego no aparecían durante la proyección, algo que no entendías por qué extraña razón sucedía y que además, daba lugar a acaloradas discusiones entre los amigos sobre si sí o si no alguno las había visto.
Debo reconocer por lo demás, que aquel proceso de reconocimiento visual de los sábados no solo lo realizaba con las películas toleradas sino también con las que eran para mayores. Y no porque me interesaran demasiado o eso pensaba entonces, sino por el simple morbo de descubrir si en las fotos había algo que explicase por qué no podíamos entrar a verlas los más pequeños. Por supuesto, en lo primero que me fijaba siempre era en si el escote que lucía el vestido de la protagonista era demasiado provocativo, si había algún acalorado beso de por medio con el guapo protagonista o si había alguna escena en la playa o en la piscina en la que la chica aparecía en bañador lo que siempre alegraba un poco más la tarde.
Todo eran meras suposiciones y sobre todo, mucha imaginación desbordada porque en realidad nunca había una sola foto subidita de tono como bien dejaban claro las reglas morales de la época. Así que lo mejor era evadirse de todo y no dejar de pensar el resto de la semana en qué heroicidad haría John Wayne enfrentándose a un grupo de malvados secuaces o de sanguinarios indios sioux o que apasionantes sorpresas le aguardarían en tierras lejanas o en los fondos marinos al siempre valiente y osado Kirk Douglas.
Hablando de esa época de mi infancia, esto es, de los cincuenta y de los sesenta, el cine era el espectáculo por excelencia. La radio era una maravilla que se escuchaba en casa. De vez en cuando había circo aunque a mí nunca me gustó demasiado y salvo el fútbol que llenaba los domingos por la tarde no había más espectáculo que el subsodicho cine en este pais.
La censura clasificaba las películas en varios grados:
1 Tolerada total
2 Tolerada con reparos
3 Mayores, sólo podían asistir los que tenían dieciséis años o más
3R Mayores con reparos, los buenos católicos y patriotas debian saber que había algo que no convenía, por ejemplo un beso en los labios o una crítica velada a la iglesia o al fascismo
4 No aconsejables bajo ningún aspecto, te podías encontrar con algún acto amoroso como un achuchón o un revolcón, vestidos naturalmente
De este 4º grado recuerdo dos películas: Esplendor en la hierba y Fresas Salvajes dónde los chavales nos preguntábamos qué habría en esas películas, debían ser la leche de la indecencia.
Pasemos ahora a los cines de barrio, eran cines modestos, los asientos eran de madera en la mayoría de los casos y el suelo de tarima. Una costumbre muy extendida era llevar pipas al cine para comerlas durante la proyección y poniamos el suelo perdido con las cáscaras originándose bastante ruido al pisarlas cada vez que entraba o salía alguien ya que era constante el trasiego de entrada y salida de gente al ser cines de sesión continúa, lo que en muchas ocasiones te molestaba no sólo el ruido de las cáscaras de pipas sino también la molestia de las personas que pasaban por delante de tu butaca.
Pero hay algo que me gustaría resaltar y es la emoción que se vivía en esos momentos de clímax que llegaban antes del desenlace como la llegada del Séptimo de Caballería, el rescate de la chica secuestrada por el malvado caballero medieval o el beso de un amor en la Dolce vita que más que verse se intuía, provocaba aplausos, pataleos, gritos, gente de pie en puro éxtasis, se había cumplido el sueño de todos, el triunfo de los buenos.
Los siguientes cines que os paso a relatar estaban en mi barrio y eran los más concurridos por todos los amigos, por ejemplo el cine Elcano en la calle Sebastián el Cano era el más barato de todos a 1,50 ptas la entrada. En la Plaza de Lavapies estaba el cine Olimpia también conocido como Palacio las Pipas. El cine Lavapies era algo mas moderno donde ponian pelis más nuevas. El cine Montecarlo en la calle Embajadores casi en Legazpi, este cine era bastante nuevo y el entresuelo costaba mas caro que el patio de butacas ya que la pantalla se encontraba mas elevada y se veia mejor desde el entresuelo. Más tarde se inaguró el cine Infante (ya desaparecido) en el Paseo de Sta Mª de la Cabeza, este ya era de pelis de reestreno.
Empecemos nuestro recorrido yéndo desde la calle Atocha hacia Legazpi
Por la acera de la izquierda (la línea de cines se encontraba en esta acera) al lado del Hotel Nacional en la Glorieta de Atocha estaba el cine San Carlos que con los años se convirtió en Sala de Juventud y luego cambió a la de salones de celebración de bodas, bautizos, etc.
El cine San Carlos estaba situado en la esquina entre la calle Atocha y la calle del Cenicero y se construyó en 1929, posteriormente y tras una serie de reformas se convirtió en discoteca, primero con el nombre de Titanic y actualmente con el de Kapital. El edificio de estilo Art Dèco era un bloque que incluía una zona de viviendas en la fachada que daba con Atocha y la sala de cine dispuesta de modo paralelo a la del Cenicero, también contaba con una terraza y una sala de fiestas en el sótano, más tarde ya en mi adolescencia avanzada el cine también fue un refugio donde en las últimas filas empezábamos a aproximarnos al amor y al escarceo.
Bajando por el Paseo de las Delicias, la primera calle a la izquierda Tortosa albergaba el cine Delicias algo punterillo en la época, se habla de que por la calle Murcia primera perpendicular a la derecha existió el cine Atocha pero yo no lo recuerdo.
Seguidamente estuvo el cine Pizarro que en 1945 se inauguró y que posteriormente pasó a llamarse cine San Rafael hasta que finalmente desapareció. Este cine era de sesión continua doble es decir, se proyectaban dos películas seguidas con un NO-DO entre ellas y que una vez terminadas se volvían a proyectar así que se podía estar dentro del cine de 4 de la tarde a más de las 12 de la noche... con una sola entrada. Solo tenía patio de butacas al que se accedía por una puerta situada bajo de la pantalla y tenía salida por Batalla de Brunete hoy Rafael de Riego.
Su fachada tenía una sola altura y el solar tenía su máxima extensión en profundidad; el cine tenía fama de no dejar entrar a nadie sospechoso de tener menos de 16 años. La sala de butacas tenía un pasillo central con filas de ocho a diez asientos a cada lado, las butacas eran de madera y no eran demasiado cómodas, olía a cine, o sea a ozonopino que echaban antes de comenzar la sesión con un ambientador de bombeo mecánico y como casi todos los cines de sesión contínua tenía las últimas filas ocupadas por parejas que no encontraban mejor sitio para tener algo de intimidad.
Antes de llegar a la calle Áncora estaba el cine Lusarreta que creo que era de un directivo del Real Madrid y que con los años se convirtió en el Teatro Cómico y después se cerró. Luego ya pasando el Colegio de las Delicias estaba el cine América este era a veces cine y a veces espectáculo de copla española.
El cine América estaba en la acera de los números impares del Paseo de las Delicias entre la glorieta de la Beata y la barriada de la Renfe, era un cine majestuoso con una entrada mediante escalones que daba a un vestíbulo para las butacas y con una subida al entresuelo por escalera a mano a la derecha. Era un cine de sesión continua doble que no llegaba a la categoría de reestreno pero ponían películas muy interesantes buscando siempre que fueran aptas para todos los públicos. Durante el verano se hacían intermedios musicales en directo con cantantes y cómicos populares que estaban al final de su carrera.
Uno de los cines más baratos era el cine Elcano en la calle de Juan Sebastían Elcano. Algún tiempo más adelante en un rincón de la Glorieta de Luca de Tena pusieron el cine Candilejas ya de mayor nivel y por último, al inicio y a la derecha del Paseo de Santa María de la Cabeza estaba el cine Infante que ya fué de reestreno.