La Casa de Campo
Si visitas Madrid no puedes perderte conocer la Casa de Campo, no es que sea un parque maravilloso y bien cuidado pero es un icono de la ciudad especialmente la Zona del Lago, alrededor de éste hay muchos bares y restaurante dónde sentarte a tomar algo, es muy agradable.
La Casa de Campo de Madrid es el último reducto salvaje que nos queda aún por el centro de España para hacer un poco de deporte sin salir casi de casa o pasar una tarde de verano con gente de toda índole que llegan en el Suburbano desde la ciudad. La Casa de Campo cuenta con más de 1700 hectáreas vigiladas por guardas jurados motorizados en la que puedes hacer un poco de todo: piragüismo, ciclismo, cross, senderismo o trekking, etc... actualmente está un poco dejada por el poco presupuesto del Ayuntamiento de Madrid.
En este Parque de la Casa de Campo se encuentran situadas diversas instalaciones como el Parque de Atracciones, el Zoológico, el Acuario, el Teleférico que conecta la Casa de Campo con el Parque del Oeste al otro lado del río Manzanares.
Parte de los recintos feriales de IFEMA (Institución Ferial de Madrid), el pabellón multiusos Madrid Arena, la Venta del Batán (lugar tradicional de encierro de los toros en los días previos a su lidia en la Plaza de Toros de Las Ventas) y diferentes instalaciones deportivas populares.
Aqui me estoy refiriendo a la antigua Feria Nacional/Internacional, a la que se inauguró por los años 50 y desapareció por los 70. Ahora hay otras importantes sin duda pero acostumbrados al exhibicionismo ya no impactan como aquella en la que física y materialmente se convirtió en el escaparate de lo que el campo español significaba para la economía española en la etapa de la autarquía.
El campo entraba en Madrid cada dos años, los niños podían conocer lo que era una oveja o una vaca, tocarlas incluso y los padres degustar productos regionales sin ningún tipo de intermediarios, todo sabía distinto, todo era real en aquellos rincones recreados miméticamente a sus originales: la Puerta Bisagra de Toledo, la del Carmen de Zaragoza, un Hórreo asturiano… y tantos otros pabellones regidos por personas vestidas con los trajes regionales expresando lo que de auténtico proporcionaba la tierra.
La Feria abría por la mañana y cerraba bien entrada la noche salvo para los que podían y se permitían ver amanecer. Los transeúntes digámoslo así, pagaban su entrada, paseaban arriba y abajo, tomaban un chupito aquí, un copita allá, su Whisky DYC en el pabellón de Segovia o un Pincho moruno entre Ceuta y Larache. También había familias predispuestas a comer Compango y Fabada y luego tomar un Licor de plátano en Gran Canaria.
Sin embargo el misterio estaba en conocer a alguien importante en alguna Diputación de más acá o más allá para hacer un recorrido a conciencia después de cerrado el recinto y para rematar los sucesivos días Provinciales, rumbo y tronío de esta España nuestra.
A veces era imposible ir a todos los Pabellones pero de entrada se solia ir al de Pontevedra y era para hacer parada y fonda cuando esos animalitos llamados mariscos hacían acto de presencia en unas bandejas del tamaño de los transatlánticos con la cubierta y sus botes salvavidas que allí sustituían con Filloas, con Lacones y Albariño, mucho, mucho albariño.
No recuerdo exactamente cuántos días duraba el martirio, pero daba tiempo para adentrarse en Cuenca y hacerse amigo íntimo del Morteruelo, de los Zarajos, del Atascaburras, sin olvidar el trato que se merecen las Tortas Alajú y el Licor Resolí para tener sabor dulce a la amanecida.
¿Hay que nombrar la Merluza a la vasca, el Caldero del Mar Menor, las Magras con tomate, el Ternasco a la baturra…?