Medicinas
Estas son algunas de las medicinas que soliamos tomar en esos tiempos gloriosos. Por ejemplo, si te resfriabas se solucionaba con los Parches Sor Virginia utilizados para aliviar dolores musculares y articulares o el Linimento Sloan o el Vicks Vapour-Rub, etc....
Si necesitabas que te pusiesen un injección, venía a casa el practicante de turno y calentaba en agua hirviendo la jeringuilla de cristal y las agujas hipodérmicas. Si estabas mal de la tripa te metian por el ano una pera con agua caliente para que echases todo.
En los años 50 era muy habitual encontrar en el baño de las casas artilugios como las lavativas que eran unos recipientes metálicos con una asa y con una salida en su parte inferior a la que se conectaba un tubo o manguera de goma en cuyo extremo iba adosada una llave para abrir y cerrar el flujo de líquido. Servía para hacer lavativas vaginales o enemas rectales.
Pondré otro ejemplo, si se te estaban cayendo los dientes, para no esperar a que cayesen solos se ataba un hilo al diente y se daba un tirón de él.
Cuando llamaba a la puerta aparecía en la habitación con un pequeño maletín en el que llevaba una cajita de metal la sacaba del maletín y pedía a mi madre alcohol y algodón. De la caja de metal sacaba la jeringuilla que colocaba en el fogón para que hirviese junto a las agujas hipodérmicas, una vez hervidas introducía la aguja en la botellita del inyectable y se iba llenando. Con la jeringuilla en una mano y en la otra el algodón empapado en alcohol se acercaba el practicante hasta la cama o a dónde me colocaba con el pompis en bandolera para proceder a ponerme el pinchazo una vez hecha la pregunta:
¿En que lado te toca hoy?
Preguntaba el practicante y yo señalaba con mi mano el cachete correspondiente con toda la tensión acumulada, aquello dolía de verdad incluso pasado un buen rato y lo peor de todo era que al día siguiente se repetía la misma escena hasta que el médico te daba el alta.
Bueno, quizás he exagerado un poco… no había nada más odioso que las inyecciones, aún recuerdo el olor de la sala del practicante y aquel hornillo de esterilizar siempre hirviendo en una esquina con las jeringuillas y las agujas dentro, jeringuillas de cristal y agujas de acero. Todo se esterilizaba y reutilizaba aunque tengo serias dudas de si realmente entre paciente y paciente aquel material tenía tiempo de esterilizarse convenientemente.
La bajada de pantalones sobre las rodillas de mamá, el siniestro practicante golpeando con la uña las ampollas y cortando con aquellas pequeñas limas la parte superior de la ampolla de cristal … luego los tres toques secos de nudillos y… ¡el gran pinchazo! en fin, las inyecciones para las madres eran mano de santo, parecía que se quedaban más tranquilas cuando te las recetaban.
En el Ambulatorio las cosas funcionaban de una forma muy diferente a la actual, lo primero de todo es que tenías que ir a coger número personalmente, nada de llamadas telefónicas ni centrales de reserva, te ponías a la cola, decías el nombre de tu médico y te sacaban de uno de aquellos pinchos que tenian sobre la mesa una moneda redondita de cartón perforada con el nombre del médico y el número, era como si te dieran una moneda de pega algo manoseada y pringosa por el uso, probablemente usaban como plantilla una moneda de 10 duros de la época.