Cuando éramos chicos, la llegada del verano y el consiguiente cierre de los colegios era todo un acontecimiento porque no habiendo cates por medio teniamos tres meses de abandono total de libros y dedicación absoluta a las cosas propias de nuestra edad, sexo y condición, que no eran otras que jugar, jugar y jugar y añadir además el tonteo con las chicas como adolescentes que éramos, intentar arrimarse a ellas era empresa casi imposible en el invierno.
Con la entrega de las notas finales comenzaban oficialmente las vacaciones para
cientos de miles de niños de toda España, los buenos estudiantes podrian disfrutar con más tranquilidad de los casi
tres meses que habia por delante hasta comienzos de Septiembre para poder dedicarse a una tarea no menos importante que el curso escolar.
Pero ahora nos tocaba dedicarnos a jugar, pelear, reír, fabricar en definitiva recuerdos que nos permitirian el día de mañana mirar hacia atrás con nostalgia.
Las vacaciones de verano estaban básicamente o únicamente para divertirse y jugar con los amigos ¡y vaya si nos cundía! en aquel tiempo, o sea, a mediados de los 50 y 60 el verano era casi interminable: desde que terminaban las clases y hasta que volvíamos al colegio había un mundo de tiempo libre entre medias que aprovechábamos todo lo que podíamos.
Además no había problemas para rellenar el tiempo, desde que pisábamos la calle para reunirnos con los amigos teníamos a nuestra disposición todo tipo de juegos: fútbol, canicas, escondite, lima, pañuelo, chapas, tabas… el caso era jugar fuera a lo que fuera, jugar y jugar sin parar al fútbol, al rescate, a los pies quietos, a las chapas, al trompo, a las bolas, al Churro mediamanga… y a tantos otros y también porque no, para que las chicas no se enfadaran a juegos de ellas como la comba y el truque o incluso a las prendas.
Nos juntábamos chicos y chicas del barrio y jugábamos a todo, desde las cosas sencillas siendo pequeñines como la gallinita ciega, el corro de la patata, el pillar o el escondite, a las de más edad como a pies quietos, correcalles, el rescate, el látigo, la pídola, las prendas que incluso tenían su vertiente erótica o simplemente a hablar, a preguntarnos quién nos gustaba para ser el novio o la novia de unos y de otros.
Las chicas tenían sus propios juegos como la comba o el truque y los chicos las chapas, el trompo, los güitos, las bolas, el hinque, el salto del moro, el churro, mediamanga, mangotera...
Por eso todos los días a eso de las 9 de la noche ya empezaban a escucharse por balcones y ventanas del barrio las voces de las madres gritando:
Pepito, Juanito, Antoñito, Pablito… (el diminutivo era casi obligado) ya está bien, sube ahora mismo a casa para cenar. E
l escenario era al principio nuestra propia calle con los chicos y chicas vecinos o de los alrededores y eso si, en la calle a todas horas incluso por la noche hasta las tantas pues la gente salía a tomar el fresco a las puertas de las casas y había pocas ganas de entrar para pasar calor dentro.
Esto se daba especialmente en las corralas donde el diminuto tamaño de las viviendas hacía que las noches estivales fueran un auténtico infierno. Ni cortos ni perezosos los vecinos bajaban a los patios y allí improvisaban su dormitorio con sillas y hamacas, así a la fresca era la única forma de descansar.
El aire acondicionado o los climatizadores no hace tanto tiempo que no eran tan comunes en nuestro país, hoy en día parece imposible sobrevivir a un viaje en autobús con las ventanas abiertas o a un bar en el que el único aire es el de la calle. Hace unos años cuando lo más avanzado que había en una casa era un ventilador, el remedio para evitar el calor era el que se puede ver aquí salir al fresco, era algo muy común en los pequeños barrios y las corralas de las ciudades.
Cuando ya estaba cayendo el día, las personas cogían una silla de casa y se sentaban en la puerta de la calle para charlar entre ellas, esta actividad –que cada día es más difícil de ver- cumplía una doble función, por un lado se mitigaban los efectos del verano y por otro y quizás el más importante se socializaba con los vecinos sobre infinidad de temas.
Razón no les faltaba desde luego que entre unas cosas y otras llevábamos casi todo el día en la calle, por las tardes por ejemplo, el proceso era siempre el mismo: almorzar, echarnos una siesta simulada (no había manera de dormirse por mucho que nos obligaran) coger la merienda… y a jugar, por no esperar no esperábamos ni a merendar tranquilamente en casa, cogíamos un trozo de pan con unas onzas de chocolate, pan con aceite o un suculento bocadillo de mortadela y con ello en la mano allí que estábamos ya dispuestos a entregarnos en cuerpo y alma al juego.
Cosas de no tener ni consola, ni móvil, ni en muchos casos TV… cosas, en fin, de no tener casi de nada salvo muchos amigos, unas calles en las que pasaban pocos coches y muchas ganas de vivir…
A ello era a lo que nos dedicabamos los chavales de hace ya sesenta y tantos años dispuestos a disfrutar del veraneo porque entonces se veraneaba, no se cogían vacaciones por delante teniamos tres meses que los más afortunados pasariamos en el pueblo de nuestros padres, en la casita de la sierra o en la playa desde dónde muchas veces nuestros padres volvían cada día a su trabajo en la ciudad, los menos favorecidos tendrían que contentarse con las calles del barrio, con algún Parque cercano, el río tal vez o alguna piscina, lo importante es que los demás partíamos a un lugar muy lejano, apartados de la rutina de todo el año y tres meses inolvidables para los niños que pudimos disfrutarlo, cuando se terminaban esos veraneos solo nos quedaba el recuerdo y en él se hizo más grande el verdadero paraíso que era la infancia.
El calor y la monotonía de las tardes de verano hacian que muchos cayesen en el aburrimiento, no importa, es el efecto de la infancia en esas tediosas tardes del verano ¡Cuántas vocaciones se han descubierto! es posible que este no fuese el mejor verano de nuestras vidas pero eso no lo sabiamos y pensabamos que podría serlo, disfrutemos de ese instante.
El curso escolar terminaba y el primer indicio de las vacaciones de verano lo marcaba Televisión Española con su entrañable Especial Vacaciones y sus telefilms Daniel Boone, Los Picapiedras y Don Gato, la merienda que acompañaba a tan fantástica programación era el cola-cao, el tulipán o la mantequilla de tres colores, después llegarían las vacaciones familiares.