Alimentación - WEB 2023

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Alimentación en la Posguerra

Aquí simplemente voy a insertar imágenes de lo que comíamos (o veíamos que otros comían) en las décadas de los 60 y 70. Los alimentos que os muestro son la mayoría de ellos originales de la época por lo cual apreciareis cierto deterioro en alguna fotografía...

Allá vamos!!!!
Supermercados

Si bien el concepto de venta a gran escala se estableció en nuestro país en la década de los 40 a través de Grandes Almacenes como Galerías Preciados o El Corte Inglés, España seguía siendo un país que proporcionaba y obtenía alimentos a través de las tiendas tradicionales de barrio, comúnmente conocidas como ultramarinos. Y no fue hasta finales de la década de 1950, cuando Alberto Ullastres, Ministro de Comercio, puso en marcha el Plan Nacional de Estabilización Económica que pretendía romper con la anterior política de autosuficiencia de nuestro país.

En 1956, unos empresarios españoles se fueron a Estados Unidos para estudiar el funcionamiento de las tiendas de autoservicio. Esta viaje hizo que, 2 años después, la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes pusiera en marcha su propia Red de supermercados en España y se abriera el 1er autoservicio público en San Sebastián.

Se crearon las compañías Supermercados Españoles (Madrid) y Caprabo (Cataluña), siendo Caprabo la única funcionando hoy en día, convirtiéndola en el supermercado más antiguo de España.

Este nuevo concepto de venta fue un acontecimiento en la ciudad. Una de las novedades fue poner al alcance de los clientes cestas para hacer la compra. El éxito del nuevo formato de establecimiento fue tal que los consumidores hacían cola en la calle para esperar que se les facilitara la cesta. La variedad y el surtido de productos, junto con la novedad que suponía poder coger los artículos por uno mismo, causó impacto en la época.
El Colmado

Un colmado (establecimiento o tienda comercial) que vende diversos productos alimenticios eran la tienda de ultramarinos,​ tienda de abarrotes, tienda de comestibles, tienda de coloniales,​ etc...

Hoy en día nos parece muy normal entrar en un establecimiento cualquiera y ponernos a recorrer los pasillos, tocar todo el género, probarnos lo que queramos, llevárnoslo a casa e incluso devolverlo porque finalmente no nos gusta. Eso antes no era así de ningún modo, los supermercados no existían, la gente iba a los colmados y comprabas en los puestos que había dentro. Esto todavía existe, hay que pedir la vez y esperar a que el dependiente te despache.

Me encantaba el olor de esos comercios, por la mezcla de especias, galletas, mantequilla, hierbas, etc... Y lo mejor es que salias del ultramarinos o de la tienda del pueblo y le decías al dueño eso de apúntalo y cuando cobrabas (a final de mes lo pagabas).

Ahora, ve a Carrefour o Eroski o Mercadona o Aldi y dile a la cajera que te lo apunte y veras al guardia de seguridad echándote del super, jua jua jua...

Eran tiendas del barrio y para el barrio... Y es que cuando era niño y jovenzuelo en los 60 y 70 se hacía de la misma manera. Las tiendas de al lado de mi casa tenían la máquina-bomba para dispensar el aceite a granel, y la balanza de pesar, casi siempre trucada, claro. Y los dependientes con bata blanca o azul marino.

Las droguerías también servían aceite a granel con esa máquina de émbolo y manivela.

Se comerciaba con algunos productos de ultramar como cacao, café, especias y bacalao y también con vinos envasados, licores, ¡champán! y otras exquisiteces, pero el grueso de la oferta estaba formado por productos autóctonos de la tierra: harina, garbanzos, lentejas, judías, arroz..., que se vendían a granel directamente en grandes sacos, además de todo tipo de embutidos como jamones, quesos, conservas y aceite que estaba en grandes zafras (recipientes para guardar aceite) y que pasaba al mostrador a una especie de ingenio-bomba con grifo.

A granel se vendían igualmente las sardinas en aceite puro de oliva, las sardinetas, no recuerdo haber probado después otras tan buenas como aquellas, el tomate en conserva y el riquísimo escabeche de bonito para lo cual era necesario llevar un plato o tazón si queríamos que nos echaran el caldillo.

Me fascinaban aquellas vistosas y pintureras latas de carne de membrillo utilizadas luego en casi todas las casas como cajas de costura o para guardar fotografías o tarjetas postales.

Las sardinas de cubo o arenques (qué ricos), perfectamente distribuidos y alineados en sus barricas, pero para comerlas era importante aplastarlas en el resquicio de la puerta de la cocina.

Vamos a aprender como se hacía en mis tiempos: preparamos los ingredientes arenques, cebolla y aceite. Buscamos unas hojas de papel de periódico y (envolvemos cada arenque) por separado. Hay que procurar que quede bien cerrado, ya que si no ensuciaríamos la puerta y el marco. Colocamos el papel de periódico (dentro de una bolsa de plástico)... y hacemos presión hasta que quede bien situada y no se mueva. La ponemos hacia afuera en el (marco de una puerta gruesa). Normalmente, la puerta de la cocina. Ajustamos la puerta (presionando el paquete). Hace un poco de cosita... y es extraña la sensación... pero el bicho ya hace tiempo que está muerto.

Por lo tanto, sin miedo al pellizcar el arenque que no le haréis ningún daño, jeje.  Ya está, (abrimos el paquete) y nos encontramos pues eso... un arenque chafado... y con los intestinos fuera. De hecho, eso es lo que buscamos... que se pueda limpiar con facilidad y a comerlo......

Las cajas de galletas surtidas con sus papeles de platilla. Las tabletas de chocolate que siempre iban acompañadas de cromos para nuestras colecciones infantiles y cómo no! aquellos inmensos botellones horizontales (llenos de caramelos).

Existía también la costumbre de echar serrín semihúmedo en el suelo. Ese serrín era barrido periódicamente y colocado de vuelta en una lata cilíndrica (de las de 10 kilos posiblemente de chorizos en manteca) y vuelto a esparcir con regularidad matemática sobre el suelo.

El serrín era esparcido por el chico (aprendiz) cuyo guardapolvos era supergrande, lo que entonces se conocía por crecedero. Esa función del serrín unida a la recogida del toldo mediante la larga manivela al efecto merecía la más declarada envidia por parte de los niños buenos a los que se nos amenazaba si sacábamos malas notas con sacarnos del colegio y ponernos de chico de los recados en una tienda de ultramarinos.

El cierre lo echaba el encargado, aunque lo lógico era que lo echara el dueño que para eso era suyo el negocio. El dueño, o la dueña o los consortes de cualquiera de los anteriores eran figuras borrosas y las únicas vestidas de paisano detrás del mostrador. Al encargado le competía la tarea de manejar la máquina de cortar el bacalao o la dispensación de aceite con la (máquina de émbolo y manivela), llenando las botellas que las clientes o las criadas les llevaban.

También podía el encargado atender prioritaria o preferentemente a clientes de antigüedad que no de prestigio pues era aquella la que daba el crédito y no éste. En algunos casos podía cortar el jamón, aunque esa función podía ser delegada a un dependiente de cierta antigüedad o destreza.

Eran otros tiempos y el membrillo llegaba en latas grandes y se cortaba con un cuchillo que había sido el del jamón, pero por algún extraño motivo de las artes cisorias se le cambió, tarde y mal su destino como si fuera un funcionario que recibe un nuevo destino a 6 meses de su jubilación.

La prueba de ser una buena cliente la daba el honor de estrenar lata de membrillo cuando el resto que quedaba de la actual bien daría para la compra de esa señora. Con gesto de complicidad sibilina el dependiente se volvía para sacar una lata nueva y con un vaivén no desprovisto de sensualidad accionaba el abrelatas (el explorador) por todo el borde del envase que al levantarse como tapa descubría el lago impoluto del membrillo.
Tiendas de comestibles

Las tiendas de comestibles también fueron conocidas con los curiosos nombres de ultramarinos o almacén de coloniales o el más normal de mantequerías que apenas quedan en su primitiva concepción. De las pocas que aún permanecen algunas de ellas han sido reconvertidas a pequeños autoservicios para hacer frente a la competencia cada vez mayor.

Dice el refrán que el pez gordo se come al chico y en estos casos además se ha perdido el trato humano que daba el tendero al aconsejarnos tal o cual producto.       

En los años 50 y 60 en Madrid eran muchas las tiendas de comestibles que había y los niños de la casa éramos los que hacíamos los recados. Íbamos a comprar aceite, vino, vinagre, todo por medidas de medio litro, un cuartillo, etc... El azúcar, los garbanzos, las alubias, se compraba todo por peso a granel.

En esas tiendas solía haber de todo, desde una escoba para barrer hasta hilo o dedal para coser, incluso hasta se vendían las aspirinas y los optalidones que eran los analgésicos habituales para el dolor de cabeza.

La estructura de estas tiendas tenía una forma muy similar en todas ellas, un mostrador de madera o mármol corrido a lo largo de todo el establecimiento en el que había unos utensilios muy curiosos como eran el cuchillo para cortar el bacalao que ocupaba todo el ancho del mostrador y donde el dependiente con habilidad y rapidez colocaba la pieza entre el cuchillo y la base metálica cortándola a semejanza de una guillotina, estos utensilios son conocidos como bacaladeras. Algunas tiendas ponían carteles de tela a lo largo de la fachada anunciando el origen del bacalao: Islandia, Noruega, Feroe...

Otro utensilio existente en el mostrador era el molinillo de café, un artilugio redondo con manivela en el que se echaba el café en grano y salía triturado por debajo donde el dependiente ponía una bolsa para recoger el producto.

Para mí, no obstante lo que más me llamaba siempre la atención era el aparato con manubrio que servía para llenar las botellas de aceite que traíamos los clientes ya que que su venta era mayoritariamente a granel. El aparato en cuestión estaba montado sobre un bidón (zafra) que se encontraba debajo del mostrador. Según la importancia de la tienda y en función de la venta, además del correspondiente aceite de oliva había también otro de aceite de soja.

Sobre el mostrador había varias balanzas para el peso de los productos y en un extremo solía estar la caja registradora, enorme armatoste que hoy en día son piezas de museo. Cuando se trataba de pesar melones también se usaba la romana método que se puede prestar a ciertos enjuagues con el peso.

Detrás del mostrador, la pared solía estar llena de cajones que se abrían hasta la mitad, cada uno dedicado a un tipo de producto y separados por tamaño o calidades: arroz, garbanzos, lentejas, judías, etc..., dentro de los cajones estaban los cazillos para ir echando a la balanza y proceder a la pesada. En la parte del publico estaban los sacos abiertos con estos productos a granel para ir rellenando los cajones a medida que estos se vaciaban para no tener que sacarlos en ese momento del almacén. Siempre podías encontrarte en un rincón una caja redonda de madera con (sardinas o arenques).

Recuerdo aún alguna marca de chocolate de las época como el Noguerales, el Hórreo, el Helvetia y también las galletas María de Fontaneda. También los caramelos (pirulís de la Habana) que tenían forma de paraguas, los chicles (bazoka) y las cerillas de (fosforera española).

Se vendían también velas o cirios para alumbrar, algo de uso muy habitual al haber muchos cortes de luz los días de tormenta. Algunas de estas tiendas tenían al lado un reservado o una especie de taberna donde los hombres bebían, fumaban, jugaban a las cartas y a la rana (juego de lanzamiento de precisión múltiple) donde se intenta introducir un determinado número de fichas, bolas metálicas, argollas o discos de hierro (tejos​) en los múltiples agujeros que existen en la mesa del sapo o rana).
Comer en España

Los productos más solicitados eran el pan, la leche, el aceite, las legumbres, el azúcar, el jabón.... El pan que comía la mayoría de los madrileños solía estar hecho de harina de almortas o sea, el veneno que llegó con el hambre tras la guerra civil española por lo que tomaba un color amarillento y se endurecía con bastante rapidez. Había un chiste muy divertido en el que se mezclaba la situación política vivida durante la época de la guerra civil y el momento que ahora tratamos y que decía así:

Varias señoras se quejaban amargamente en la panadería del aspecto y la calidad del pan diciendo: ay, que largo!, ay, que miaja!, ay, que negrín!, a lo que el panadero respondía: señoras! a que vienen ustedes aquí, a comprar pan o a hablar del gobierno? es evidente que se estaban refiriendo a Francisco Largo Caballero, a Juan Negrín y al General Miaja, todos ellos republicanos.

El pescado era bastante raro en Madrid aunque podía ser adquirido a diario gracias a la llegada de camiones que venían por la carretera de la Coruña. A modo de curiosidad podemos decir que a ésta carretera se la conocía como la carretera de la muerte por la alta accidentalidad que tenía al estar frecuentada por camiones que tenían que estar en el mercado de la Puerta de Toledo (antiguo mercado central de pescados y mariscos de Madrid) a las 6 de la mañana antes de la apertura de los mercados y por ello hacían el trayecto por la noche desde la costa cantábrica en 12 horas para llegar con el producto fresco.

Comíamos yogourt Danone que era caro y venía en frasco de cristal, en esos tiempos había que devolver todos los envases de cristal, como el de la gaseosa La Casera que nos encantaba pero que era un capricho.

Para la gente moderna y para los niños golosos estaba la leche condensada La Lechera que se anunciaba como alimento indispensable para la nutrición de los niños. En la panadería el pan se pesaba, había quien compraba solo media hogaza o un cuarto y se podía comprar también una onza de chocolate para la merienda con el panecillo, ese chocolate se vendía también a granel.

Como todos los niños de ahora, nuestro plato preferido también eran los macarrones con salsa de tomate, las patatas fritas con huevos fritos y como todas las madres, las nuestras intentaban que comiéramos verduras, sobre todo acelgas, espinacas y judías verdes, buaggggg...

En muchas casas madrileñas se comía cocido madrileño todos los días laborables y el domingo paella valenciana. El cocido se convirtió en sinónimo de vulgar como si careciese de caché. Se utilizaban expresiones despectivas como huele a cocido o este guiso está agarbanzado demostrando el desprecio por lo que ahora es el plato de los domingos en muchos hogares de la capital.

A modo de chiste, existían en Madrid ciertos alimentos a los que se les denominaba de forma especial, por ejemplo los caracoles eran (langostas de jardín), las patatas por su poder alimenticio eran (chuletas de huerta), la mojama era (salchichón de mar), mientras que a los trozos de bacalao se les conocían como (soldaditos de Pavía).
Cupón Ahorro Hogar

En los años 70 existían los cupones de fidelización de clientes en las compras habituales y según su importe te daban unos (sellos del cupón Ahorro del Hogar) que pegabas en las cartillas y una vez completas dichas cartillas las cambiabas en los establecimientos creados para ello por artículos para el hogar. Seguro que recordáis algo que entró en casa gracias a estas cartillas: la batidora, la vajilla de Duralex verde o ámbar, el juego de café, etc...

Con una esponja húmeda, pegabas los sellos en la cartilla. En total, 20 sellos en cada página. Con las cartillas debidamente cumplimentadas, ibas a canjearlas a un establecimiento en la calle Fuencarral. Recuerdo que con las pocas cartillas que llevabas, las cambiabas por palanganas o cubos de plástico, pues, a principios de los 60, el plástico era un material novedoso.

El cupón te daba la posibilidad de acudir un día a la tienda de la calle de Fuencarral, con sus estanterías repletas de un gran número de artículos, en especial los de cocina y hogar, y así conseguías artículos de primera necesidad al intercambiar los cupones por vajillas, pucheros, ollas, cuchillos, batidoras, cafeteras, vasos, infiernillos, toallas, y un largo etcétera. Artículos que gracias al cupón regalo comercial se convertían mediante su adquisición en una forma de ahorro mensual.

Seguro que muchos recordáis a vuestra madre cuando os mandaban a los recados que siempre decía: y no se te olvide pedir los cupones!.
Mercado de Abastos

Por la cercanía que había desde mi casa a Legazpi y porque mis padres tenían amigos asentadores, me trae muchos recuerdos de cuando desayunábamos en el bar de Poli.

Era muy curioso ver como descargaban las mercancías en aquellos camiones y como se pasaban los melones de igual manera de un camión a otro. Como trabajaban de duro aquellos hombres, hoy en día no es lo mismo, se trabaja con unos medios muchos mas modernos...

Vemos un pescadero después de hacer acopio para su comercio particular en el mercado central de pescados en el barrio de Puerta de Toledo año 1959.
Mercado Santa María de la Cabeza
Puestos del Mercado
Desayunos de los niños

Recuerdo que cuando yo era niño para desayunar mi madre solía hacerme la cascarilla con leche. Eran pequeñas virutas de cacao que había que cocer bastante tiempo en agua hirviendo, luego se colaba y se mezclaba con la leche caliente, tenía un pseudo sabor a cacao. Pero con la llegada del cola cao los desayunos con cascarilla pasaron a la historia y nunca más se ha vuelto a saber nada más de ella, solo queda el recuerdo de aquél sabor que precisamente a mi me gustaba.
Bebidas en la Posguerra

Allá por los años 60 del pasado siglo se decía eso de vamos a tomar el vermú porque se puso muy de moda sobre todo al estilo italiano clásico, un vermouth dulce, rojo, embotellado bajo las clásicas marcas turinesas Martini & Rossi y Cinzano, mucha gente lo pedía con un poco de ginebra aunque el vermouth italiano tiene sus buenos 16 grados.

El vermú, vermut o vermouth es una bebida de máxima actualidad que parece estar retomando el liderato en muchas mesas a la hora del aperitivo. Sin embargo, lo que ahora parece moderno tiene en realidad una antigüedad de varios siglos.

Se elabora con vino blanco neutro (el color del rojo se consigue con caramelo) macerado con una infusión de botánicos (hierbas, raíces, flores, especias y fruta) a la que se suele añadir azúcar y alcohol vínico. Dicha mezcla se deja madurar en barricas hasta que los aromas se ensamblan y el conjunto resulta armonioso. De la mezcla de botánicos que cada enólogo guarda con recelo surgen infinidad de vermuts distintos, la mayoría con varios ingredientes en común, como el ajenjo, la genciana, la canela, la piel de naranja, el cardamomo o la vainilla, pero todos con un perfil aromático muy personal que merece la pena descubrir.

Sin embargo, en los tiempos de la posguerra nos teníamos que dedicar a beber el vino que comprábamos a granel en las tabernas o en las bodegas como las bodegas Rosell en la calle General Lacy.

Os resumo lo que se podía beber en estos otros 40 años que pasamos recibiendo bebidas de más allá de nuestras fronteras.

En la década de los años 50 comprábamos el vino en botellas que nosotros mismos llevábamos. Se compraba por cuartillos o por litros en las bodegas o en las tiendas de comestibles que lo tenían en garrafones y lo sacaban a unas latas de medir para luego con el embudo llenar la botella.

Usábamos también la bota de vino que nunca faltaba en las excursiones o en las fiestas, tenía un sabor especial y si era más vieja la bota mejor. Se ha presentado como un objeto típico español y aún hoy los turistas la siguen comprando como un recuerdo característico de España.

El porrón de vino es un recipiente de cristal de varios tamaños que solía usarse para guardar vino o vinagre o incluso aceite según el uso que se le fuera a dar. En la cocina suele ser muy cómodo para aliñar las ensaladas. También se usaba el porrón para echar unos traguitos de vino a granel como si de una bota de vino se tratara, en esos tiempos en que yo era niño era muy usado en las casas.

Déjale que pruebe.
Por un poquito no pasa nada.
Dale pan mojado en vino, que es muy nutritivo.

Hace relativamente muy poco estas frases se decían habitualmente en las casas españolas y no referidas precisamente a los abuelos. En este país los niños también bebían, en pequeñas dosis y determinadas ocasiones, pero bebían hasta bien entrados los 70. El alcohol no se vio como la amenaza para la salud que es y es que la tolerancia hacia su administración a los niños alcanzaba límites alucinantes para cualquier padre de la actualidad.

Quizá el producto que con más saña centró su mercadotecnia en los menores fueron los llamados vinos quinados muy populares en la España de los 50 y los 60. Este tipo de bebidas consideradas medicinales vivieron un boom a finales del siglo XIX en todo el mundo y se fueron afianzando en España a lo largo del XX. Estaban enriquecidos con quina, potenciados con alcohol (los vinos quinados poseen 13º) y dotados de supuestos efectos saludables.

es medicina y es golosina decía el lema de la Quina Santa Catalina.

Los niños de los 60 y 70 veíamos hasta la saciedad publicidad de bebidas alcohólicas, incluso existía cierta bebida tonificante que nos daba ganas de comerrrrrrrr.....

¿la recordáis?
Bodegas y Tabernas

Las tabernas ni se crean ni se destruyen, solo se disfrutan.

Son espacios abiertos, paredes limpias, un recuerdo formado por barriles como mesas. Además de servir tragos largos, conservan el rasgo distintivo del vino. Ofrecen manzanilla, fino, oloroso, moscatel de pasas, moscatel dorado y moscatel especial. Se atreven con un valdepeñas, como el que llegaba en tren hace un siglo. Más las chacinas y conservas.

Taberna de vino caro y barato con carpeta junto a la cual se instalaba un bodegóncillo de puntapié.

La carpeta era una manta, cortina o paño que se colgaba en las puertas de las tabernas. Se introdujo hacia 1618 para ocultar el interior del local pero dejando pasar por los lados el aire y la luz. Dos siglos después, en 1813, sale una orden que dice  que la puerta o puertas de la taberna deberán estar descubiertas para evitar ocultaciones.

Los vinos caros o preciosos eran vinos de calidad procedentes de San Martín de Valdeiglesias, Cebreros, Pelayos, Madrigal de Altas Torres y Alaejos según la Ordenanza Municipal de  15/4/1591 y los vinos baratos u ordinarios eran de peor calidad que el vino precioso o caro y procedían de Carabanchel, Valdemoro, Alcalá, Arganda, Torrejón, Barajas, Alcorcón, etc... Había tabernas que sólo podían vender vinos caros o baratos y unas pocas tenían permiso para vender los 2 tipos de vinos.

Durante ciertas épocas, los taberneros tenían prohibido vender comidas en sus tabernas. Ya en 1618 la sala de alcaldes mandaba que: ningún tabernero de vino precioso o barato pueda dar ni de cosas de comer en las dichas sus tabernas, ni consientan que otras personas lo den, ni los que va a beber coman en ellas, ni a las puertas de sus tabernas tengan ni consientan tener tablas de cosas de comer.

Estas normas se iban relajando apareciendo así los bodegones o bodegoncillos de puntapié que eran unos cajones o puestos al aire libre donde se vendían cosas de comer. Solían estar a las puertas de las tabernas o puestos de vino y junto a los mercados. Su nombre se debe a que se podían echar abajo de un puntapié.

De limonada de vino
sin agua hacer se previno,
por saber que ya ella vino
desde la taberna aguada.
Brandy y Anís

Inicialmente el vino era destilado como un método de conservación para hacer más fácil su transporte a los comerciantes. La intención era agregar de nuevo el agua separada del brandy en la destilación, poco antes de su consumo. Luego se descubrió que si se almacenaba en barriles de madera, el producto resultante se mejoraba considerablemente comparado con el vino original.

El brandy (apócope de brandewijn, en neerlandés - vino quemado) o brandi es un aguardiente obtenido a través de la destilación del vino, casi siempre con un 36-40 % (hasta un 60 %) de volumen de alcohol, al ser expedido al mercado. A menos que se añada un adjetivo complementario como brandy de frutas, brandy de cereales, etc... se considera hecho con vino de uva.

El brandy Centenario Terry es una de las botellas de bebida que no solía faltar en las casas en los tiempos en que era niño, venía cubierta con una redecilla de color amarillo y era una marca muy consumida en la época de los 50 y 60.

El sol y sombra es una bebida alcohólica mezcla de brandy o coñac (sombra) y de anís dulce (sol).​ Es un combinado tradicional y muy popular en algunas regiones de España, y consumición habitual en los bares. Se suele mezclar en la misma proporción el brandy y el anís dulce, y servirse en una copa de licor de pequeño tamaño.

Era la copa de los machotes mañaneros por excelencia. Recordad esas copas de brandy con una línea roja. Hasta esa línea se ponía coñac (no se llamaba brandy) y después a discreción de anís. Lo más habitual era coñac o brandy Soberano y anís del Mono.

El anís es de origen asiático. Fue ampliamente cultivado por los egipcios 2.000 años antes de Jesucristo y en la actualidad todavía se cultiva ampliamente. Hoy en día es casi imposible de encontrar en la naturaleza.

El anís estrellado, también conocido como badiana (anís estrella, anís estrellado chino, badián o badiana de China), es una especia que se obtiene del pericarpio del fruto con forma de estrella. Su sabor se asemeja al anís de Pimpinella, se ha usado en China como condimento y medicina durante los últimos 3.000 años. Fue el navegante inglés Thomas Cavendish, quien en 1588, lo trajo a Europa por primera vez, dónde empezó a utilizarse en la elaboración de postres y licores.

El anís dulce o seco, es la bebida por excelencia de las fechas de Navidad. Ya sea solo o acompañando tus dulces favoritos navideños. Con una botella de anís al lado te asegurarás el éxito. Lo cierto es que al anís también se le conoce por otros nombres como matalauva o matalahúva, sobre todo en el sur de España.
Licores

El licor es una bebida alcohólica obtenida por maceración en aguardiente de hierbas o frutos, que a veces son endulzados con sacarosa, azúcar de uva, mosto o miel, con una riqueza en azúcares superior a 100 gramos/litro. El grado mínimo de un licor será de 15% vol.

Los licores derivan de las hierbas medicinales, generalmente preparadas por monjes, como los Benedictinos. Los licores fueron hechos en Italia desde el siglo XIII. Algunos licores son preparados por infusión de ciertas maderas, frutas, o flores, en agua o alcohol, aguardiente, alcohol etílico y añadiendo azúcar, etc. Otras se hacen por destilación de agentes aromáticos.

La distinción entre licor y otras bebidas alcohólicas no es simple, especialmente porque en la actualidad muchas bebidas alcohólicas están disponibles con sabores dulces. Sin embargo las bebidas alcohólicas con sabor no son preparadas por infusión.

Algunos licores secos suelen ser en realidad una mezcla de ron añejo, whisky o brandy diluidos en agua al 40% de su volumen total con un toque de alcohol etílico añadido a fin de crear sustitutos baratos de estas bebidas, no obstante, su calidad es muy inferior.
Ron caribeño

El ron es una bebida alcohólica, elaborada de la fermentación y destilación de la melaza o el jugo de la caña de azúcar. La mayoría de su producción se encuentra en América, y concretamente en el Caribe, aunque también se da en otros países como las Filipinas o la India.
Tras fermentarse, el producto es destilado a altas temperaturas usando alambiques de cobre o de acero inoxidable para obtener un alto contenido de etanol. El destilado resultante es diluido entonces con agua pura desmineralizada hasta alcanzar una concentración de etanol de entre el 35 y 40%. Posteriormente, de forma opcional, es sometido a procesos de añejamiento, generalmente en barricas de roble.

Para conseguirlo, se vuelve a cosechar la caña de azúcar, pero no para refinar el azúcar. Su idea es exprimir la caña de azúcar cultivada para extraer el aromático y sabroso jugo de la caña de azúcar del primer prensado para destilar ron puro.
Cervezas

La cerveza es una bebida alcohólica, no destilada, de sabor amargo, que se fabrica con granos de cebada germinados u otros cereales cuyo almidón se fermenta en agua con levadura y se aromatiza a menudo con lúpulo, entre otras plantas.​

Es la bebida alcohólica más consumida del mundo, solo por detrás del agua, el té y el café. De ella se conocen varios tipos con una amplia gama de matices, debidos a las diferentes formas de elaboración y a los ingredientes utilizados.

Generalmente presenta un color ámbar con tonos que van del amarillo oro al negro pasando por los marrones rojizos. Se la considera gaseosa (contiene CO2 disuelto en saturación que se manifiesta en forma de burbujas a la presión ambiente) y suele estar coronada de una espuma más o menos persistente. Su aspecto puede ser cristalino o turbio. Su graduación alcohólica puede alcanzar hasta cerca de los 20 %, aunque comúnmente se encuentra entre los 4 % y los 6 %.
Gaseosas, Sodas y Sifones

Una gaseosa, es una bebida hecha a base de agua carbonatada, edulcorantes naturales como fructosa o sacarosa o sintéticos como el ciclamato, acidulantes, colorantes, antioxidantes, estabilizadores de acidez y conservantes.

Se ofrecen en infinidad de sabores como cola, naranja, lima limón, uva, cereza, cerveza de raíz, frambuesa y sabores propios de algunos países como guaraná, azaí, vainilla, entre otros.

La soda es un tipo de refresco carbonatado artificialmente sin edulcorantes ni colorantes, utilizado comúnmente en combinación con bebidas alcohólicas y, en algunos casos, lleva sales de sodio o potasio.

El sifón se trata de una bebida transparente e incolora, con anhídrido carbónico y bicarbonato sódico. Estos ingredientes nos dan un agua carbonatada muy saludable y con muchas propiedades, entre las que destacan el hecho de no tener calorías. Si algo hace inconfundibles a los sifones son sus burbujas. Ellas se encargan de dar un toque de alegría único en todas las ingestas.

La tónica es agua carbonatada de forma artificial a la que se añade quinina -el toque amargo- y azúcar.

El agua carbonatada es la base esencial para la producción de cualquier refresco. En grandes fábricas primero se desmineraliza el agua, y luego se le agregan minerales en cantidades predeterminadas.

Los edulcorantes confieren sabor dulce, se separan según su procedencia como la sacarosa. Generalmente se utilizan otros azúcares, que endulzan menos, traen los mismos problemas de diabetes por gramo (es decir, que traen más problemas para el mismo sabor dulce), pero resultan más baratos. Actualmente el más utilizado es la fructosa.
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