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Taxis de Madrid

Los taxis son una de las principales señas de identidad en cada ciudad bien sea por el tipo de coche, color y marca. El taxista es el primer indicador social y económico para los turistas.

Cientos de crónicas, análisis y pronósticos se hacen, escriben o nacen en la conversación del taxista y su pasajero, basta con la charla del aeropuerto al hotel para medir la temperatura a un país o una ciudad, más allá de eso, el taxi es también el símbolo de las ciudades por su forma de operar.

El taxi es un símbolo como en algunos casos lo son también los autobuses. Los taxis en Madrid eran negros y los taxistas azules, quiero decir que los taxistas usaban una especie de sahariana azul mahón y una gorra. La gorra sólo se usaba obligatoriamente cuando el cliente se subía a bordo, era el reglamento.

En el Madrid de los 60 aún había taxis que habían sobrevivido a las 2 guerras, muchos taxistas también, o sea que el gremio estaba en manos de gente mayor que se sabía el callejero al dedillo y que nunca preguntaban al pasajero cosas como ahora:

¿por dónde vamos?
 
Era una forma para descubrir que el viajero no tenía ni idea, ahora no hay este problema ya que suelen llevar GPS a lo sumo cobraban el suplemento de estación y las 3 pesetas por maleta que algunas para subirlas a la baca ya tenía su mérito.
Bajadas de bandera

Se decía entonces que lo que le interesaba al taxista era bajar la bandera (taxímetro) y que lógicamente preferían los trayectos cortos bien administrados, ya me entendéis. En general era gente amable, bien dispuesta y honesta, salvo escasas excepciones como siempre.

Verlos en las paradas de taxis en grupo, rodeando el coche con la radio puesta oyendo un partido de fútbol era una estampa pintoresca, como ver como algún cliente les pedía ir a comer chuletas a San Fernando de Henares, ida y vuelta 10 duros fijos, lo mismo que cuando un grupo de 3 o 4 desnortados nocturnos les preguntaba por algún sitio decente.
Aunque sirviera para conocer el Madrid recóndito de los restaurantes a las 4 de la mañana y las mujeres sin sueño adivinadoras de que ninguno del grupo se ocuparía y que, eso sí, acaso podrían sacarles un paquete de cigarrillos rubios y un que ellas llamaban un whisky de los míos, Manolo.

Para los provincianos recién llegados el taxi era más que un medio de transporte, era una tabla de salvación. El metro metía miedo y las líneas de autobuses un laberinto, pero ahí estaban los taxistas convertidos en ángeles o en San Cristóbal que por entonces se había convertido en patrono de los conductores.

Para bien o para mal el primer taxi cogido por el provinciano en Madrid lo recordaría siempre.
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