Estraperlo en la Posguerra
Las carencias en la posguerra nos trajeron el estraperlo que encarecía los productos básicos. Para poner un ejemplo, cuando 1 kilo de azúcar (costaba 1,90 pesetas), en el mercado negro con el estraperlo (costaba 20 pesetas), el aceite para el racionamiento (se pagaba a 3,75 pesetas el litro) y el de estraperlo a (30 pesetas).
Por esta razón se sacó una ley de 1941 que amenazaba con la pena de muerte a los especuladores. Esta ley no sirvió más que para provocar el suicidio de un hombre de Zaragoza que por miedo se arrojó al Ebro. A partir de este escándalo la palabra estraperlo ha quedado como sinónimo de chanchullo, intriga o negocio fraudulento, así, por extensión se denominó también estraperlo durante la posguerra española al comercio ilegal (mercado negro) de los artículos intervenidos por el Estado o sujetos a racionamiento (decretado por el Régimen de Franco desde 1936 hasta 1952) recibiendo el apelativo de estraperlistas los que se dedicaban a tal comercio.
En cada bloque de viviendas de la capital solía haber uno o varios estraperlistas protegidos casi siempre por sus vecinos ante cualquier inspección policial. En caso de tener una visita inesperada era común ver como todo tipo de paquetes pasaban de ventana en ventana para que la mercancía no fuese requisada.
A muchas mujeres la viudedad o la cárcel del marido las convirtió en cabeza de familia y las obligó a combinar sus funciones tradicionales con un recurso último, unos roles en los límites de la ley para los que hacían falta determinadas condiciones psíquicas y físicas, que ellas a priori no poseían porque estaban acostumbradas a la maternidad, al campo y las más afortunadas a salones y entretenimientos. Se encontraron de golpe con una desafiante tarea que acabó llamándose estraperlo.
La mayor parte de mujeres que se dedicaron a él pertenecían a los sectores populares más afectados por la guerra, obligadas a asumir en solitario la supervivencia familiar y en otros a compartirla por la precariedad de condiciones de la vida.
El estraperlo llegó a aceptarse como parte de la cotidianidad justificado en principio por la necesidad extrema. Las estraperlistas eran mujeres corrientes que hacían eso como un trabajo, unas traían cosas del campo (como legumbres, verduras) y llevaban allí lo que no había.
El medio rural se convirtió en el abastecedor de las ciudades, desde los pueblos, los montes y otras zonas, las mujeres campesinas llevaban a cabo largos desplazamientos caminando o en tren, pero los de la fiscalía llegaban a los apeaderos o las estaciones y le quitaban las cosas (tocino, manteca, legumbres) …
Los huevos eran uno de los productos más demandados y eran considerados fuera del campo como artículos de lujo, las mujeres que los vendían fueron apodadas recoveras muy conocidas y solicitadas en el mercado negro porque eran personas que compraban huevos y aves de corral para revenderlos.
La inexistencia o escasez de artículos de consumo básicos, entre ellos el azúcar y el café estimuló una demanda de productos alternativos que como la sacarina y el pan inglés que procedían de la colonia británica de Gibraltar. El campo de Gibraltar se convirtió en el principal suministrador de una serie de artículos como la gasolina o más vitales como la penicilina.
Los artículos para la higiene personal como el jabón, la colonia, etc... hicieron que se diversificara la demanda impulsando entonces a los más audaces haciendo del estraperlo con Gibraltar una de las actividades más importantes durante los años 40, si bien, una vez aprendido el oficio, esa actividad perduró en los 50 y fue difícil de erradicar en el sur de la península.
Muy típicas eran las mujeres que se ponían en las puertas del metro madrileño para vender los famosos chuscos o barras de pan blanco que en muchos casos eran el resultado del negocio que hacía algún alto cargo del ejército al vender las raciones de los soldados a los que a propósito se les había dado permiso de fin de semana.
También solía ser bastante habitual el trasiego de productos de estraperlo por parte de algunos ferroviarios. La cesta en que llevaban comida y alguna muda cuando salían de servicio volvía cargada de productos de estraperlo adquiridos en las zonas rurales. Tenían fácil el acceso a Madrid cosa que no ocurría con los estraperlistas que tenían que ocultar la mercancía para que no fuese requisada por la Guardia Civil. Así que frecuentemente los trenes que llegaban a la estación de Atocha iban soltando fardos conforme se iban acercando y aminorando la marcha para que los recogieran sus familiares apostados junto a las vías.
El estraperlo era una actividad perfectamente consentida ya que el Gobierno sabía que sin él muchas familias no hubieran tenido posibilidad de sobrevivir. La normalización del estraperlo llegaba a ser tal que los que manejaban este mercado alternativo pagaban impuestos indirectos a cambio de no ser denunciados por los agentes del Régimen.
En realidad eran grandes terratenientes o los mismos altos dignatarios los primeros beneficiados del estraperlo ya que eran los que controlaban la producción y proporcionaban la materia prima a los vendedores. Como resultado de este tráfico ilegal se hicieron grandes fortunas gracias a las cuales pudieron comprarse fincas, negocios o los famosos haigas (coches de importación únicamente al alcance de unos pocos).
Incluso la panificadora madrileña que era una empresa estatal se dedicaba a vender parte de su producción en el mercado negro como quedaría demostrado en los años 50, en este sentido en muchas ocasiones la policía jugaba con el poder con el que contaba sacando tajada doblemente. El negocio consistía en presentarse de paisano para ofrecer a un comprador el producto de contrabando presentándose inmediatamente después a pedirle otra cantidad a cambio de no denunciarlo por estraperlista.
Fin del Racionamiento
Con el final del racionamiento se esfumó el estraperlo, el tinglado de aquellas pobres mujeres que vendían pan blanco, azúcar, café desapareció… Tanto la compradora como la estraperlista tenían miedo.
Más adelante, la economía nos fue permitiendo a todos darnos pequeños caprichos y ceder a la tentación de la publicidad: cola-cao para desayunar y merendar como decía la canción de aquel negrito del África tropical, galletas Chiquilín, chocolates Matías López, Elgorriaga… y el chocolate Zahor, que tenía un toque de arena de playa, pero sabía muy bien.
La publicidad recurría muchas veces a canciones pegadizas o a diálogos vehementes que invitaban a los oyentes a animarse a gastar:
¡Qué elegante vas, Pilar
pareces una modelo!
Me visto en San Ildefonso
por muy poquito dinero.
O aquella frase que repetíamos:
Si no lo veo no lo creo
¡pero qué barato vende Almacenes San Mateo!.
Y luego estaban los grandes almacenes, que nos obnubilaban: Galerías Preciados, El Corte Inglés, etc… locales que nos parecían lujosos, con escaleras mecánicas y lo último en todo tipo de productos.
la economía española estaba pisando el acelerador!