Vagones de Renfe
Los veranos en Madrid eran largos y desde muy pequeño íbamos cada año a Vigo o a Montgat en Barcelona a pasar las vacaciones. Recuerdo a mi madre preparando el equipaje con 2 grandes maletas de tela con estructura de cartón y las de cuero. Parecíamos una troupe en Atocha porque a las 2 maletas se añadían los bolsos con la cena y el desayuno, las rebecas por si por la noche hiciese frío en el compartimento, etc...
Al llegar al compartimento de 1ª clase mis padres organizaban perfectamente los bultos que llevábamos. Qué recuerdos de aquellos vagones del tren expreso completamente forrados en madera y tapicería acolchada en los asientos, reposacabezas y colchonetas, el maletero de metal y el auxiliar de redecilla donde se ponían bolsas y prendas varias.
Los compartimientos de 2ª clase con aquellas fotos antiguas enmarcadas en latón de ciudades españolas para mí entonces desconocidas, lejanas y hasta exóticas.
Los del compartimento de 3ª clase en los años 50 con asientos de madera eran incómodos y a lo que había que añadir el ruido del traqueteo y la carbonilla que entraba por la ventana, a veces entrabas blanco en el tren y al llegar al destino el color ya no era tan blanco debido a la carbonilla.
Compartimento de 1ª clase
Compartimento de 2ª clase
Compartimento 3ª clase
Bar y restaurante del express
La llegada a la estación de Vigo implicaba bajada de las maletas y demás bolsas, besos a los familiares que venían a recogernos, pedir al mozo de estación que nos recogiera nuestros equipajes y salir de los andenes para tomar la subida de la cuesta de la estación hasta llegar a la vieja casa de la abuela Mariana en la calle Paraguay que era un piso bastante grande donde viviríamos nuestro verano...
A primeros de septiembre regresábamos a Madrid, ya desde por la mañana no había quien hiciera carrera de nosotros nerviosos, excitados, contentos ya que a las 21:00 salia el tren expreso más o menos porque Renfe no era nada escrupulosa con los horarios. Mi padre era el primero en subir al tren para buscarnos el compartimento y los asientos en un andén todavía vacío. Ya no había excitación, alegría, gritos, las mismas maletas y bolsas que a la ida pero con una sensación triste en el estómago.
Siempre volvíamos con la melancolía que casi siempre te queda cuando el verano se acaba. El trayecto de vuelta era muy distinto, todos dormíamos estirados porque juntábamos los asientos y sólo mi padre se pasaba la noche fumando en el pasillo o iba a tomar algo a la cafetería del tren y lo hacía para dejarnos más sitio para estirarnos.
A primeros de septiembre regresábamos a Madrid, ya desde por la mañana no había quien hiciera carrera de nosotros nerviosos, excitados, contentos ya que a las 21:00 salia el tren expreso más o menos porque Renfe no era nada escrupulosa con los horarios. Mi padre era el primero en subir al tren para buscarnos el compartimento y los asientos en un andén todavía vacío. Ya no había excitación, alegría, gritos, las mismas maletas y bolsas que a la ida pero con una sensación triste en el estómago.
Siempre volvíamos con la melancolía que casi siempre te queda cuando el verano se acaba. El trayecto de vuelta era muy distinto, todos dormíamos estirados porque juntábamos los asientos y sólo mi padre se pasaba la noche fumando en el pasillo o iba a tomar algo a la cafetería del tren y lo hacía para dejarnos más sitio para estirarnos.
El se sentaba en las sillas plegables del pasillo vigilando a su tribu. Ya no oía las campanas ni las voces de los jefes de estación ni me despertaba casi nunca al llegar a la estaciones importantes.
La llegada a la estación del Norte era muy temprano e infinitamente más aburrida. Habíamos cambiado una temperatura aún cálida en Galicia por el frío de Madrid de comienzos del otoño y las rebecas se volvían imprescindibles, las mantecadas ya no sabían igual...
Buscar un taxi
Desde la estación en un taxi grande de aquellos que llevaban trasportín atravesábamos Madrid en dirección al Paseo de las Delicias con el ansia de que ese mismo día me bajaría a la calle con mis amigos y nos contaríamos las aventuras pasadas durante este verano. Eran unos viajes increíbles en unos trenes en los que la carbonilla formaba parte fundamental del viaje, solíamos llegar bastante tiznados a destino y con la carbonilla en los ojos ya que íbamos asomados por las ventanillas para notar la velocidad, el aire frío y la carbonilla de la locomotora de carbón.
Indudablemente es más cómodo viajar en los trenes actuales, pero ese encanto de la carbonilla y del tacatá del tren que te terminaba adormeciendo... atravesar Castilla era lo más parecido al viaje de Miguel Strogoff por Siberia...
A mí me encantaba viajar en tren (y me sigue gustando mucho), el pasillo se llenaba de gente que charlaba, se comían bocadillos y se pasaban la bota de vino... se comían mantecadas de Astorga que te ofrecían a gritos los vendedores desde el andén cuando el tren paraba en Astorga a las 4 de la mañana mientras los adultos blasfemaban por los gritos que les despertaban de ese duermevela incómodo... se solía bajar corriendo a comprar agua en las cantinas de las estaciones, etc...
Indudablemente es más cómodo viajar en los trenes actuales, pero ese encanto de la carbonilla y del tacatá del tren que te terminaba adormeciendo... atravesar Castilla era lo más parecido al viaje de Miguel Strogoff por Siberia...
A mí me encantaba viajar en tren (y me sigue gustando mucho), el pasillo se llenaba de gente que charlaba, se comían bocadillos y se pasaban la bota de vino... se comían mantecadas de Astorga que te ofrecían a gritos los vendedores desde el andén cuando el tren paraba en Astorga a las 4 de la mañana mientras los adultos blasfemaban por los gritos que les despertaban de ese duermevela incómodo... se solía bajar corriendo a comprar agua en las cantinas de las estaciones, etc...
Sabéis que?
¿Sabéis cuantos botijos de agua se podían llegar a beber la pareja de conductores del tren en un viaje a Granada en pleno mes de agosto porque todavía no tenían instalados los aires acondicionados?
Pues alrededor de unos 8 botijos, por esta razón solían llevar 2 botijos en la cabina (estaban pintados con el logotipo de Talgo), la primera vez se llenaban en los depósitos de Aravaca para posteriormente en las sucesivas paradas que tenían los iban rellenando...
que tiempos aquellos!