Paseo de las Delicias (mi barrio)
Los recuerdos de mi infancia comienzan con el Paseo de las Delicias y aquí os voy a contar mis vivencias sobre aquella casa de mis padres, que en esos años fue un verdadero paraíso en el que crecí y viví (y que en mi interior nunca morirá...).
Para embellecer los caminos de enlace entre la Corte y el Real Sitio de Aranjuez se trazaron grandes paseos arbolados. Uno de ellos fue el Paseo de las Delicias, que siguiendo el esquema urbanístico barroco del tridente, confluía en la Puerta de Atocha con el Paseo de Santa María de la Cabeza y la Ronda de Atocha.
El paseo, conocido entonces como Paseo de las Delicias del Río era una avenida diseñada como una extensión del Paseo del Prado y finalizaba en el paraje denominado de las Delicias junto al canal del río Manzanares por el sur. Constaba de un paseo para gente de a pie y otro para coches, carruajes…, y estaba plantado con 2 líneas de olmos a cada orilla.
A la izquierda del paseo podíamos ver el ahora desaparecido cuartel Parque Central de Sanidad Militar que hacía esquina con Palos de la Frontera (antes Palos de Moguer) y en cuyo solar están hoy día unos jardines junto al Centro Dotacional. A la derecha el gran bloque en forma de eLe situado entre las calles Áncora y la plaza Luca de Tena. Todavía me acuerdo del cuartel donde se celebraban las fiestas de la Melonera con baile en ese descampado.
Bajo el Paseo de las Delicias circulaban los trenes que unían la estación del Norte con la estación de Delicias (calle del Ferrocarril) por unas antiguas trincheras creadas durante la guerra incivil. El ferrocarril de contorno, de circunvalación o de cintura de Madrid fue una línea ferroviaria de unos 8 km de longitud que unía las estaciones de Atocha y Norte (Príncipe Pío) a través de la zona sur del ensanche de Madrid que hoy constituye el distrito de Arganzuela.
Fue construido por la compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España y estuvo en servicio entre 1864 y 1987. A excepción del tramo del campo del Moro, el campo de la Tela y algunos cruces con calles y plazas principales (que salvaba bajo tierra) la línea discurría en superficie. El tramo de la calle del Ferrocarril, en el que la vía circulaba por una trinchera, fue soterrado en la década de 1930.
A lo largo de su trazado se fueron instalando dos grandes estaciones de mercancías, las de Imperial (1881) y Peñuelas (1914), que permanecieron en funcionamiento hasta el cierre de la línea.
Como era mi barrio
El barrio de mi infancia surge de la nada, aparece de la necesidad y crece con las penurias presentes en ese momento determinado. Este tiene aires épicos ya que nace en un tiempo muy convulsionado para España en el año 1949, fechas de gran significado histórico para todos ya que tiene lugar la dictadura militar del general Francisco Franco, que da lugar a la Nueva España.
La Nueva España que con fe y esperanza, forjaron los ideales de muchos españoles, que de a poco se llenó de ruido, de bulla, de vida. Los silencios se convirtieron en susurros, las luces de las luciérnagas dieron paso a luces de velas que posteriormente se transformaron en postes de electricidad, los caminos verdes dieron paso a las calles, veredas y las nacientes se perdieron cuando la modernización llegó al lugar en donde no había nada. Y como por arte de magia, llegó la muchachada, la alegría, la fiesta, la camaradería.
Aún hoy, no puedo borrar de mi mente este barrio porque sin darte cuenta, tarde o temprano a pesar de los años o la distancia… siempre regresas a la calle del barrio del lugar donde vivimos.
El barrio de mis andanzas.
Donde viví a plenitud.
Donde transcurrió mi infancia, mi niñez, mi juventud.
Con inquietud y embriagado de añoranza.
Regreso con la esperanza de pasar mi senectud.
Vivir en la posguerra
Siempre recordaré la etapa de mi vida desde que nací en 1949. Todavía estábamos en la posguerra que por cierto duró 15 años con la hambruna, el estraperlo y la escasez que había de todo. Se utilizaban las cartillas de racionamiento siendo este un ejemplo de los pocos alimentos que se podían comprar en los Mercados de Abastos.
Como sería la situación, que para la merienda antes de bajar a jugar a la calle era muy usual que hicieses un agujero en la miga del pan, le metías un trozo de chocolate o le echabas aceite y pimentón y cerrabas el agujero con la miga que habías sacado antes y con esa merienda ya podías irte a jugar a la calle con los amigos.
Negocios del barrio - vaquerías
Un 30 de junio de 1965, se prohibía en Madrid por cuestiones sanitarias la venta al público de leche fresca, pasando a ser obligatorio el proceso de higienización (pasteurización, esterilización o UHT) previo a su embotellado. Desaparecían así del paisaje urbano de la capital las vaquerías o (lecherías), establecimientos habituales en los barrios en los que se abastecía a los vecinos de leche fresca.
En mis tiempos la leche se compraba directamente en las lecherías, la mayoría de ellas con los animales a la vista. La leche se tenia que cocer ya que si sólo se calentaba podía dejar pasar los gérmenes de las (fiebres de actosa), cosa bastante temida por aquellos años.
Esta medida provocaría el cierre paulatino de las muchas vaquerías y lecherías que existían en los distintos barrios de la capital, no sin quejas y multas a algunos propietarios contrarios a aceptar la normativa.
Curiosos y pintorescos establecimientos, muchos de ellos con un establo en la trastienda donde las vacas esperaban a ser ordeñadas y que durante décadas fueron imprescindibles para abastecer diariamente de leche fresca a los madrileños.
Tengo un recuerdo muy vago pero intenso de la vaquería que había justo al comienzo de la calle Ciudad Real que estaba enfrente de mi casa. Siempre me llamaba la atención ver, oír y oler unos lugares en los que tenían encerradas vacas. Eran las vaquerías como las del señor Vicente que aún entonces surtían de leche fresca a los vecinos del barrio. Hoy parece hasta mentira que pudiera haberlas incluso en los bajos de edificios residenciales.
Es curioso, pero a pesar del tiempo transcurrido (más de 50 años) todavía la tengo instalada en mi memoria y ahora mismo, mientras escribo estas líneas estoy recreando imágenes del establo, las vacas... y ese olor en modo alguno desagradable tan característico de aquellos establos.
En mis tiempos la leche se compraba directamente en las lecherías, la mayoría de ellas con los animales a la vista. La leche se tenia que cocer ya que si sólo se calentaba podía dejar pasar los gérmenes de las (fiebres de actosa), cosa bastante temida por aquellos años.
Era para evitar gérmenes y bacterias pero también para aprovechar la nata que era la capa blanca que se forma sobre la leche cuando hierve y nos servía para merendar untada en el pan con azúcar. Otra cosa que también se esperaba como agua bendita eran los calostros de cuando paría la vaca, también el requesón que era el suero de la leche que se obtiene del sobrante al fabricar los quesos.
Para comprar la leche fresca se llevaba un recipiente o lechera de varias capacidades, la mas habitual era la de 1 litro aunque había otras de medio e incluso de 2 litros. Eran de aluminio aunque después las hubo también de plástico.
En la vaquería o lechería había unas grandes cántaras de leche en las que se introducía un cacillo con mango largo que era descargado en las medidas de capacidad de 1/4, 1/2 y 1 litro situadas en el mostrador para a continuación trasvasar el líquido a nuestro recipiente. Estos medidores eran de latón, aluminio o acero inoxidable y tenían un indicador dentro para saber hasta donde tenían que llenarlo, nunca hasta el borde con el fin de que no se derramara nada al verterlo en nuestra lechera.
Las vaquerías de Madrid desaparecieron de repente de un día para otro, se esfumaron todas como por arte de magia, la razón de una desaparición tan drástica la he conocido ahora, se debió a la aplicación de un decreto originalmente publicado en 1961 que establecía una moratoria de 10 años para la erradicación de todas las explotaciones ganaderas del casco urbano de las poblaciones de más de 10.000 habitantes y que definitivamente expiró en marzo de 1972.
Las vaquerías de Madrid desaparecieron de repente de un día para otro, se esfumaron todas como por arte de magia, la razón de una desaparición tan drástica la he conocido ahora, se debió a la aplicación de un decreto originalmente publicado en 1961 que establecía una moratoria de 10 años para la erradicación de todas las explotaciones ganaderas del casco urbano de las poblaciones de más de 10.000 habitantes y que definitivamente expiró en marzo de 1972.
Aún quedaban en Madrid unos 200 establos (cerca de 2.500 animales). Es curioso pero cuando 45 años después paso por la calle Ciudad Real aún me parecen oír los mugidos de aquellas vacas y ver sus siluetas en los establos en el que estaban al fondo del establecimiento... aunque ya no se trate del mismo edificio! y lo recuerdo porque iba a comprar la leche a granel y los yogures de Danone que venían en tarros de cristal.
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Carbonerías y otros negocios
Otros recuerdos ahora me llevan a las carbonerías, aún siguen existiendo en Madrid, pero son tan pocas y sobre todo tienen tan poco futuro que he querido recordarlas pues antaño eran tan habituales como las vaquerías de las que hablamos anteriormente.
El carbón era entonces el combustible más utilizado, el más barato y fácil de conseguir tanto para las casas individuales como para los edificios de viviendas o de oficinas. Casi el 100% de las casas contaban con una cocina con caldera o un brasero de carbón, por esta razón había tantas carbonerías en mi barrio de la Arganzuela.
A finales de Noviembre acostumbra a hacer frío en Madrid, las calefacciones centrales alimentadas por carbón hasta hace unos años se encendían a partir del 1 de Noviembre y necesitaban toneladas de carbón para mantener calientes los hogares madrileños. Era muy habitual ver los enormes camiones junto a los portales con 3 o 4 descargadores que llenaban sus capachos de cuero con el carbón que introducían por los portones del almacén de la caldera, muchos recordareis a aquellos tipos siempre cubiertos de hollín que vaciaban un camión en menos que canta un gallo.
En la carbonería se amontonaban la leña y el carbón (tanto mineral como vegetal) y por lo tanto los precios eran distintos y tan diferentes como la propia clientela. Una romana en una esquina, un cubo, una pala y los productos que se vendían (leña, carbón, cisco de carbón, cisco de picón o de roble).
En las casas, salvo que se dispusiera de una carbonera como era en mi caso, no se podían almacenar grandes cantidades de carbón por lo que era muy habitual la visita periódica portando un cubo a la carbonería más próxima.
Allí atendía el negocio el carbonero. El polvo del carbón cubría sus manos y su cara transformándose en una figura tiznada de negro siempre manejando sus herramientas como una pala cuadrada, un hacha, una báscula y los sacos para llenar de carbón o leña. Dentro de la carbonería se mezclaban un conjunto de aromas, olores vinculados al carbón o la madera recién cortada, que en mi caso me retrotraen a la infancia, los espacios son muy parecidos con los fondos negros, las celdillas separadas para los distintos tipos de carbones, los travesaños horizontales colocados para cerrar dichas celdillas, la particular báscula de pesado, brillante y pulida por el uso y los sacos.
Otro de los recuerdos entrañables era observar la llegada de los camiones también ennegrecidos con la carga de reemplazo. Los mozos vestidos con unos sacos que les cubría también la cabeza, constantemente descargaban varias toneladas de carbón y las introducían en la carbonería.
Luego empezó su declive, primero con el calor negro, casi siempre calefactores eléctricos o de aceite. La electricidad (qué cosas!) tampoco era muy cara y el calor negro era más moderno, limpio y seguro. Después llegaron las calderas de gas-oíl (también era relativamente barato y en principio más limpio que el carbón) y por último las de gas natural.
Otros negocios
Un último recuerdo que me viene son las fábricas de patatas fritas y de la infinidad de churrerías dónde te vendían porras y churros ensartados en un junquillo verde para no pringarte de aceite y poder llevarlos en la mano.
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Vendedores callejeros
Por mi barrio se podían ver a los vendedores de botijos (botijos / búcaros / botijas) a los que se les echaban unas gotas de anís al principio para que disimularan el sabor a barro y al que las madres hacendosas les hacían una caperuza de ganchillo para tapar los 2 orificios del botijo consiguiendo de esta manera que no se metieran las moscas e insectos.
También recuerdo el sonido del chiflo del afilador y su carro de una rueda adaptado posteriormente a la bicicleta pero siempre con la misma musiquilla del chiflo.
El Colchonero
El oficio de colchonero es un oficio artesanal y ambulante. El colchonero era un hombre que recorría las casas, previo encargo, para arreglar o rehacer colchones de lana de oveja. Aunque el proceso parece sencillo llevaba su tiempo, 3 o 4 horas dependiendo del tamaño del colchón.
Primero era necesario preparar la lana. Para ello, esta era sacada del colchón para varearla porque estaba apelmazada y después empezar a golpearla con bastones de castaño o boj, produciendo un sonido muy característico, con el fin de hacer saltar la suciedad y que quedase bien blanda.
Luego se extendía en el suelo una tela, la cual se cubría con la lana ya vareada hasta la mitad formando un prisma y mirando que quedase bien repartida por toda la superficie para que no quedasen bultos.
Entonces se procedía a cubrir la lana con la otra mitad de la tela y se empezaba a coser de nuevo la estructura formando un saco con hilo y aguja bastante gruesos para que con el peso de una persona encima no se rompiera el colchón.
Una vez la estructura estaba acabada y acolchada, se atravesaba el colchón con una beta o cordón por diferentes puntos para evitar que la lana pudiera moverse o desplazase por el interior.
Para el acabado final, se procedía a coser las esquinas y a coser un cordón por todas las aristas del prisma, rellenando un poco de lana en el interior para mantener la forma de toda la estructura.
Puestos de melones y sandías
Como nos vamos a olvidar de los puestos de melones y sandias callejeros. En aquellos tiempos los meloneros callejeros para vender los frutos, siempre cantaban eso de (a cala y cata) o sea que significaba que podías probar el melón que ibas a comprar antes de llevártelo.
Cuando le has echado el ojo a una pieza, el melonero con una navaja hace una precisa incisión triangular en la fruta y te da ese trozo fresco y dulce para que lo pruebes para ver si te gusta y como suele gustarnos vuelve a colocar ese triángulo en el hueco del melón para que lo comprases y si no te gustaba, pues no pasaba nada.
Más oficios en Madrid
Tranvías en Madrid
En 1942 el tranvía Atocha-Useras subía y bajaba por el Paseo de las Delicias con racimos de viajeros colgando montados en el Trole lo cual se hizo muy popular ya que no pagaban el billete.
Recuerdo que los tranvías ocupaban toda la parte central del Paseo de las Delicias con sus dos vías de subida hasta Atocha y bajada hasta Legazpi. Cuando los tranvías subían y bajaban por el Paseo de las Delicias era el momento en los que los chavales aprovechábamos para poner en sus vías chapas de botellines de cerveza para que las ruedas las planchasen y ya nos servían para ponerlas agujereadas y con un nudo al final de la cuerda de las peonzas.
Éramos chavales o preadolescentes como se dice ahora, así que ya desde muy pequeño veía pasar por la puerta de mi casa los tranvías hacia Atocha o Legazpi. Todavía se pudieron ver durante mucho tiempo las vías incrustadas en el asfalto, por cierto, que más de un tacón de los zapatos de las mujeres se quedaba enganchado en ellas al cruzar la calle.