Ambulatorio Seguridad Social
En el ambulatorio las cosas funcionaban de una forma muy diferente a la actual, lo primero de todo es que tenías que ir a coger número personalmente con la cartilla de afiliación a la seguridad social. Nada de llamadas telefónicas ni centrales de reserva, te ponías a la cola, decías el nombre de tu médico y te sacaban de uno de aquellos pinchos que tenían sobre la mesa una moneda redondita de cartón perforada con el nombre del médico y el número, era como si te dieran una moneda de pega algo manoseada y pringosa por el uso, probablemente usaban como plantilla una moneda de 10 duros de la época.
Luego, a esperar las colas que eran interminables y a menudo salían por fuera del mismo edificio hasta que entrabas a la consulta del médico que siempre estaba acompañado de una enfermera la cual era la que te daba la receta y todo en menos de 1 minuto.
Otra cosa que recuerdo era la poca higiene en los alrededores del ambulatorio porque se esparcían todo tipo de restos procedentes de análisis de sangre, extracciones dentarias y otras cosas más desagradables que me ahorraré describir. La verdad es que por aquel entonces la gente tiraba las cosas directamente al suelo. Recuerdo perfectamente cuándo comenzaron a instalar las papeleras callejeras bien entrados los 70, hasta ese momento era normal arrojar los envoltorios de los polos, bocadillos, papeles, etc... al suelo y sin más miramientos.
Medicinas en el Hogar
No recuerdo que en mi casa hubiera un surtido variado de medicamentos, a diferencia de lo que suele suceder hoy día en los hogares españoles que a veces parecen auténticas sucursales farmacéuticas. En realidad, el paquete básico casero se reducía apenas a las aspirinas (para dolores de cabeza), otro de redoxon (para resfriados) y un bote de sales de frutas Eno o de bicarbonato (para ardores o simples dolores de estómago).
Veamos como eran algunas de las medicinas que solíamos tomar en esos tiempos gloriosos. Por ejemplo, si te resfriabas se solucionaba con los parches Sor Virginia utilizados para aliviar dolores musculares y articulares o el linimento Sloan o el vicks Vapour-Rub, etc... O sea, que el niño empezaba a toser y a dolerle el pecho con síntomas evidentes de que estaba resfriado, pues a untarle el pecho con Vicks Vapour-Rub por la noche ya bien arropadito en la cama.
ah bueno! y un pequeño kit de primeros auxilios para curas en caso de caídas o accidentes caseros de escasa entidad que solía incluir: algodón, alguna que otra venda, esparadrapo y alcohol de 90º que cuando se vertía sobre la herida, tenía un efecto difícilmente reproducible en horario infantil.
Que te habías caído y te dolía una pierna, pues nada como un pequeño masaje con linimento de Sloan más conocido como el (tío del bigote). Que parecía que no comías mucho y te ibas a quedar escuchimizado, pues una cucharada de calcio 20, ese líquido espeso blanco con el que crecen los huesos fuertes o un vasito de quina Santa Catalina que es medicina y es golosina, que ni por asomo se sabía entonces que en realidad la dichosa quina no era si no una variedad de vino dulce que tenía entre 13º y 15º de alcohol, lo que para muchos fue el verdadero germen de lo que luego se dio en llamar alcohólicos anónimos.
El Practicante en casa
Sigamos en mi niñez, pues recordaros que había unos profesionales a los que yo, al igual que muchos niños teníamos verdadero pánico, eran los practicantes, los que luego serían ATS y hoy DUE. Sí, el practicante, aquel criminal en serie al que de tarde en tarde visitábamos en el dispensario o venía a casa pertrechado de agujas y jeringas.
¿quien no tenia miedo del practicante?
Cuando llamaba a la puerta aparecía en la habitación con un pequeño maletín en el que llevaba una cajita metálica, la sacaba del maletín y pedía a mi madre alcohol y algodón.
Antes de poner la inyección, el practicante desinfectaba las agujas y las jeringuillas. Lo hacía en una caja metálica donde las guardaba y ponía alcohol en la tapa de la caja, dentro de ella un artilugio que hacía de trébede (trípode metálico en forma de aro o triángulo que se usaba para calentar), encima la caja llena de agua con las jeringuillas y las agujas dentro, y le plantaba fuego al alcohol.
Pinchazo Casero
Con la jeringuilla en una mano y en la otra el algodón empapado en alcohol se acercaba el practicante hasta la cama o a dónde me colocaba mi madre con el pompis en bandolera para proceder a ponerme el pinchazo no sin antes hacerme la clásica pregunta:
¿en que lado te toca hoy?
Preguntaba el practicante y yo señalaba con mi mano el cachete correspondiente con toda la tensión acumulada. Aquello dolía de verdad incluso pasado un buen rato y lo peor de todo era que al día siguiente se repetía la misma escena hasta que el médico te daba el alta.
La bajada de pantalones sobre las rodillas de mamá, el siniestro practicante golpeando con la uña las ampollas y cortando con aquellas pequeñas limas la parte superior de la ampolla de cristal, luego los 3 toques secos de nudillos y… el gran pinchazo! en fin, las inyecciones para las madres eran mano de santo, parecía que se quedaban más tranquilas cuando te las recetaban.
Las más odiadas eran las de aceite de hígado de bacalao entraba muy, muy, muy mal el susodicho aceite… qué dolor!. Pero teníamos la alternativa de tomarlo en una cuchara que nuestra madre nos preparaba, no sin antes tener preparado en la otra mano un gajo de naranja o mandarina ya que el sabor era asqueroso.
Así que, si querías ver al practicante, es porque necesitabas:
- que te pusiesen una inyección, entonces venía a casa el practicante de turno y calentaba en agua hirviendo la jeringuilla de cristal y las agujas hipodérmicas. Si estabas mal de la tripa te metían por el ano una pera con agua caliente para que echases todo.
- El practicante nada más llegar a casa, abría con extremo cuidado su cartera y de ella extraía un sospechoso estuche metálico en cuyo interior iban a buen recaudo todos los artilugios necesarios para perpetrar el delito.
- Acto seguido, procedía a desinfectar lenta y sigilosamente la aguja extragrande a utilizar. Luego, terminado el proceso preliminar, insertaba la aguja en la jeringa y mirándonos con una maliciosa sonrisa, golpeaba suavemente la jeringa para que de la aguja brotasen un par de gotas, fatal premonición de lo que se avecinaba.
- A lo que más temíamos eran a las inyecciones con aquéllas agujas que se hervían e iban de culo en culo. También las jeringas de cristal se hervían y servían para poner muchas más inyecciones, por esta razón las infecciones en los glúteos estaban garantizadas con ese sistema de esterilización tan precario.
Las Vacunas
Ahora la vacunación es voluntaria, salvo excepciones muy contadas, y la inmensa mayoría de la gente la acepta de buen grado, e incluso con entusiasmo, pero esto no ha sido siempre así en España, pese a que nuestro país fue unos de los pioneros de este procedimiento profiláctico.
Sólo unos años después de que el inglés Edward Jenner descubriera la inmunización contra la viruela inoculando a las personas la que padecían las vacas, la corona española llevó a cabo a principios del siglo XIX, en sus dominios de América y Asia, la primera gran vacunación masiva, la conocida como expedición Balmis por el apellido del médico que la llevó a cabo.
Aunque en España ya había obligatoriedad de vacunación desde 1921, en 1944 se incluyó la vacunación de la difteria y la viruela. No fue hasta 1975 que se instituyera un calendario sistemático de vacunación que incluyó: polio, tétanos, difteria, tosferina, sarampión y rubéola (solo en niñas desde 1979).
Estos pinchazos creaban una pequeña protuberancia de sangre que, al cicatrizar, dejaba esa marca o escara en la piel (cicatriz) que ahora comparten de por vida los vacunados contra la viruela. La aguja bifurcada la inventó el doctor Benjamin Rubin en 1965, y durante 10 años (de 1966 a 1977) fue la principal herramienta para erradicar la viruela.
Medicamentos
En las casas de entonces, era costumbre tener siempre a mano un botiquín atiborrado de remedios y medicamentos. Nunca faltaba el famoso optalidón el que años más tarde se le conocía como la droga del ama de casa ya que gracias a su composición rica en codeína provocaba una adicción importante: un vaso de café con leche y optalidón era el Prozac de la época!. Nuestras abuelas se contentaban con su botellita de agua del Carmen que era una combinación de tisana, melisa, tila y otras hierbas medicinales inocuas en una suspensión con cierto grado alcohólico (no sabían nada las abuelitas)...
¿vosotros tomasteis agua del Carmen?...YO SÍ.
El agua del Carmen o agua de toronjil o de melisa es un licor que se elaboraba en el siglo XVII por los monjes de los carmelitas descalzos con el ánimo de curar los problemas nerviosos, la histeria, los problemas del alma, la violencia o incluso el mal humor. Este licor tiene como base la esencia de la melisa (Toronjil) que es una planta con un gran poder relajante aunque también contiene otras plantas como la canela, la raíz de angélica, el clavo o la nuez moscada que le suman propiedades digestivas y aroma.
El agua del Carmen se sigue consumiendo hoy en día sobre todo en sudamérica, pero también se puede encontrar en farmacias y herbolarios de Europa. Se toma en forma de gotas que se añaden a un vaso de agua o a una infusión relajante.
Yo la tomaba con bastante desagrado para el dolor de cabeza o de barriga (me la endulzaban empapando un azucarillo), el dolor no es que desapareciera sino que se aturdía... con más de 80º de alcohol no es de extrañar. Nuestros pobres padres no eran conscientes de la magnitud del error, aquí tenéis la receta milenaria del agua del Carmen:
1/2 litro de alcohol potable de 80º o 95º (o ron de buena calidad)
1/4 litro de agua filtrada
200 gr. de hojas frescas de melisa
La corteza de un limón o de una naranja
15 gr. de canela o de nuez moscada
1 cucharada de angélica (la raíz)
Una cucharadita de clavos de olor
Nuestros mayores tomaban también sellos de Melabón, mano de santo para cualquier tipo de dolor y la cafiaspirina y si teníamos tos, pues… fórmula 44. No sé si funcionaban muy bien pero al menos estaban muy buenas y su forma triangular era super original. Para nuestras heridas mercromina y esparadrapo imperial con un poquito de algodón, luego ya salieron las tiritas plásticas.
Ahora, lo bueno, bueno para las heridas, lo que las secaba ipso-facto eran los polvos de sulfamidas Azol esto no faltaba en casa nunca…
Remedios Caseros
En los años 50 era muy habitual encontrar en el baño de las casas artilugios como las lavativas que eran unos recipientes metálicos con una asa y con una salida en su parte inferior a la que se conectaba un tubo o manguera de goma en cuyo extremo iba adosada una llave para abrir y cerrar el flujo de líquido. Servía para hacer lavativas vaginales o enemas rectales.
Pondré otro ejemplo, si se te estaban cayendo los dientes, para no esperar a que cayesen solos se ataba un hilo al diente y se daba un tirón de él.