Días de verbena
Todo preparado para la verbena viendo la corrala de la calle Mesón de Paredes (calles Sombrerete y Tribulete), en el popular barrio de Embajadores, hace 65 años.
Las imágenes que os voy a mostrar a partir de ahora, son de las verbenas de las que tan solo nos queda en la actualidad el olor de los churros al freírse y el polvo que levantan del suelo los pies cuando íbamos a disfrutar de las atracciones.
Cuando los madrileños no teníamos ni radio, ni cine, ni televisión, todo esto unido a una vida generalmente dura y difícil, las escasas por no decir nulas posibilidades de esparcimiento, o sea, ellos del trabajo a la taberna y ellas de la durísima tarea en el hogar cuidando de muchos críos y ningún electrodoméstico, pero con el consabido cotilleo de patio de vecindad, etc...
Las verbenas que cada año se ponían en cada barrio eran la única válvula de escape de la gente yéndose a beber un agua de cebada o el cotidiano agua con azucarillos y aguardiente y divertirse en la verbena para rematar la noche con un bailoteo en la Kermés.
Fabricadas con 4 maderas y unos brochazos de pintura, las atracciones de feria eran humildes pero con un ingenio tal que el visitante acababa por acercarse y picar. El desarrollo tecnológico acabó por relegar al rincón de la ingenuidad a aquellos ingenios y poco a poco la aparición de nuevos entretenimientos y sobre todo, la posibilidad de acceso a los mismos casi universal hizo que la gente empezase a desdeñarlas y a olvidarlas.
La expansión de las salas de cine, las mismas que ahora desaparecen. La posibilidad de adquisición de aparatos de radio que en un principio no estaban al alcance de todos y que había hasta que comprarlos a plazos. El invento de la televisión y que sus receptores poco a poco estuviesen al alcance de todos. La proliferación de discotecas y salas de fiesta. La aparición de los parques de Atracciones que eso si, estos también incluían algunas viejas atracciones verbeneras (norias, coches de choque, toboganes, etc...) modernizados y mejorados trajeron un nuevo mundo de entretenimiento a la gente y entonces ya...
¿qué pintaban las verbenas?
Paulatinamente las verbenas fueron decayendo y cuando llegó la democracia prácticamente estaban extintas excepto las más importantes como La Paloma, San Isidro, etc...
Tranvía nº 8
Empecemos por..... es posible que alguna vez hayas escuchado eso de es más chulo que un 8, esta expresión que quizás alguien podría pensar que tuviera alguna relación con la apariencia que pueda tener el número en cuestión, pero no, tiene un origen bien distinto, aunque se usa coloquialmente para indicar el carácter chulesco de una persona, su origen hay que buscarlo en el tranvía nº 8 que a principios del siglo XX hacía en Madrid el recorrido entre la Puerta del Sol y San Antonio de la Florida lugar donde estaba la Ermita del Santo. En su itinerario pasaba por algunos puntos como la calle Preciados, la Plaza de Santo Domingo, la calle de Leganitos y los Paseos de San Marcial y San Antonio de la Florida.
La línea del tranvía nº 8 la utilizaban (castizos/as y chulapos/as para ir al baile del parque de la Bombilla) y sobre todo, cada 15 de Mayo, en la festividad de San Isidro se utilizaba para ir a la verbena de San Isidro. Como era habitual, en esta señalada fecha los vagones del tranvía se llenaban de madrileños vestidos con su traje típico (clavel en la solapa incluido) y lo mismo pasaba con las mujeres, todas bien dispuestas, con sus inconfundibles mantones de Manila.
Con esto, se pretende alabar la majeza de una persona o para decir que alguien va muy bien arreglado o con cierto aire de chulería. En el interior del tranvía todos sus ocupantes viajaban (vestidos de chulapos). La chulería que desprendía ese tranvía era tan grande que con el tiempo se fue haciendo popular la expresión citada que ha llegado hasta hoy día.
Las personas que vivían por la zona del Manzanares y veía pasar estos tranvías nº 8 llenos de chulos fueron las primeras en acuñar la expresión. Con cierto humor e ironía enfatizaban el hecho de que no podía existir algo con más chulería que un tranvía repleto de chulapos/as.
Productos típicos de la verbenas
Era costumbre muy extendida comprar los botijos coloraos de Alcorcón o los botijos amarillos de Ocaña y los pitos de cristal con flores llamados pitos del santo.
En los tenderetes de comida y bebida había gran variedad de bocadillos (unos normales y otros de productos tradicionales madrileños, como las gallinejas), también vendían altramuces, aceitunas y encurtidos, chuches, patatas fritas y todo tipo de aperitivos…
Pero, entre todos, destacan los tenderetes de las rosquillas de anís como las:
- rosquillas tontas son las que no tienen ninguna cobertura, sólo la masa con forma de aro.
- rosquillas listas tienen una cobertura hecha con una mezcla de azúcar, limón y huevo.
- rosquillas de Santa Clara están recubiertas de un merengue (una mezcla de clara de huevo y de azúcar glass) que se endurece y forma una costra crujiente.
Impensable sería una feria sin las berenjenas de Almagro y sin los puestos de los siempre riquísimos camarones (al rico camarón, que se come la cabeza, la colita y tó), horchatas, helaetes, polos, chufas, altramuces, cocos, cacahuetes y por supuesto, turrón duro o blando en pastillas o en bloques y surtidos de peladillas, orejones y todo tipo de frutas escarchadas, además de inmensas garrotas de caramelo.
Las bebidas habituales eran los chicos de Valdepeñas (chatos de vino dulce). Este vino de las ferias era un vino añejo dulce que se tomaba en un vaso de chato y tenía como tradición tomarlo de un solo trago y acompañado de un barquillo (galleta o paja de oblea).
Al igual que muchos amigos juegan a ver quien tiene más puntería en las diferentes atracciones, otros piden 1 metro de chatos (una hilera de chatos llenos con el vino dulce). Siempre estará la discusión, con barquillo o sin barquillo, para gustos los colores.
Nunca me olvidaré de la tradicional barraca de feria en la que aparecían 2 baturros pisando uvas (menudo vino más fuerte aquel).
Los olores y sabores también los encontrábamos en las casetas de comida con los (pollos asados y salchichas, con las tortillas españolas), con el olor y el humo de las churrerías, las máquinas de algodón de azúcar, etc...
Degustar la comida típica de estas fiestas en la propia Verbena de San Isidro se hacía en las muchas casetas de feria que, de pie o en barras te ibas a las mesas con manteles de cuadros ofreciéndote unas delicias que para los niños no lo son tanto. Si uno se acerca a la verbena a eso de las 13:00 de la tarde, sentirá los olores mezclados de los grandes platos de huevos rotos con jamón, las parrilladas a base de chorizo, morcilla, chuletas, alguna butifarra, etc…
Freiduría madrileña
Sobre todo, podrás oler y comer los entresijos, las gallinejas y los chicharrones (llardons en catalán) y es que que hace décadas, en Madrid había mujeres que se dedicaban a vender gallinejas, entresijos y chicharrones en las calles. Los freían sobre un gran fogón de carbón con grandes sartenes de aceite como las de los churros, y nos los despachaban en cucuruchos de papel de estraza o de periódico. A estas mujeres se las llamaba chicharroneras o gallinejeras.
- Entresijos: cuando se limpia la molleja del cordero, el mesenterio se separa y se parte en trozos, cada uno de los cuales es un entresijo. Dependiendo del tamaño del cordero, de cada mesenterio salen 1, 2 o 3 entresijos. Cuando se fríen, con el mismo sistema que las mollejas, en su propia grasa, se quedan muy enroscados y pequeñitos.
- Gallinejas: en su origen, muy atrás en el tiempo, eran tripas de aves fritas, pero eso ya no es así desde hace décadas. Las gallinejas son hoy (tripas e intestinos de cordero lechal) que tradicionalmente se vendían en puestos callejeros en los barrios más populares de la capital. Cada cordero cuenta con una sola gallineja, que en su interior tiene forma de espiral. Luego, al limpiarla, se estira adoptando una forma redondeada con el borde rizado. Después, cuando se fríe, se encoge y se retuerce, volviendo a su formato original.
Las gallinejas tienen un color crema claro y se fríen en grandes sartenes humeantes en las que pierden una parte de su grasa. De hecho, para freírse no se usa ningún tipo de aceite, ya que con su grasa es suficiente y en ella, por cierto, se fríen a continuación las patatas con que se acompaña este producto de casquería. Las gallinejas no se toman solas, sino que se acompañan del entresijo.
- Chicharrones: son recortes del entresijo y en el mundo de la gastronomía castiza también se los conoce como puntillitas o recortes. Hay que freírlos de forma muy prolongada, ya que el punto de fritura debe ser como el de los torreznos muy fritos.
Sabores y olores en las verbenas
Un paseo por los sabores de la feria como son las casetas de sorteos de (martillos, chupetes y bastones de caramelo, manzanas caramelizadas, algodón de azúcar, coco fresquito, garrapiñadas, torraos) y para los papis aquellas casetas donde preparaban bocadillos y cervecitas.
La feria acogía a personas de toda condición y edad. Como nota curiosa, yo aún pude ver en las verbenas a los barquilleros que llevaban en la parte superior del artilugio una ruletita que tenías que girar y si ganabas (que siempre ganabas) te daban un barquillo de oblea. También compraba alguna que otra vez gorros de seda y Trompetillas verbeneras.
Hay que recordar que se alzaban en el paseo de la feria los característicos puestos de bebidas con sus enormes jarras de carro y llaves de metal y sus vasos limpios como una patena.
Los azucarillos (a los que llamaban panales), blancos como la leche eran uno de los dulces que encandilaban a los madrileños, con sabor a puro azúcar o con aroma de limón o fresa, se vendían en los puestos callejeros de los aguadores (aguaduchos), donde el aguador muy servicial y solícito como él solo con las mangas de la camisa remangadas hasta el codo con los brazos al aire pregonaba su mercancía al grito de (agua, azucarillos y aguardienteeee).
Cuando pasaba un matrimonio con niños era usual que el padre se pidiera un traguito de aguardiente, la madre un vaso de agua con una gotitas de aguardiente y para los nenes los azucarillos. También había quien prefería tomar el vaso de agua con aguardiente e ir mojando en él su azucarillo. Esta meriendilla frugal dio nombre a una zarzuela muy castiza, en la que una aguadora pregona su mercancía al grito de agua, azucarillos y aguardiente, aguaaaa!
También encontrabas la batería de botellas llenas de agraz (zumo de uva no madura) y de horchata.
Bebidas especiadas
En las primitivas tabernas de la villa por supuesto además de vino se despachaban hasta 3 bebidas especiadas que los madrileños saboreaban y consumían con gran alegría.
- La primera de ellas era el hipocrás (también denominado vino hipocrático). Se trataba de un estimulante del apetito y tónico medicinal fabricado con vino añejo, canela, almizcle y ámbar gris. Con el paso del tiempo se fue perfeccionando por lo que pasó a ser un vino cocido con hierbas pudiendo considerarlo un antepasado del actual vermut.
- La carraspada, esta combinación no era propia del verano sino todo lo contrario, este vino cocido y adobado se servía caliente para combatir el frío madrileño en los meses más duros.
- Otro líquido muy consumido por el pueblo de Madrid con especial ahínco en los meses de verano fue la aloja, que era muy similar al hidromiel y se preparaba con agua de río, levadura, miel, canela, pimienta, jengibre, clavo, nuez de especia y limón, esta mezcla se cocía y preparaba durante 10 horas y a continuación se enfriaba para servirlo a baja temperatura. La Aloja (antecesora del agua de cebada, de la horchata o de los refrescos), fue una bebida para tomar muy fría preparada con vino miel o azúcar y especies como la nuez moscada, canela o clavo.
Elaboración
Mezclarlo todo en un caldero vidriado.
Calentar solo hasta que comience a hervir.
Colarlo por una manga hasta que salga claro.
Ingredientes
Vino blanco (mitad del total)
Vino tinto (mitad del total)
Canela, clavos y jengibre (en proporción 5:3:1)
6 onzas de azúcar por cada azumbre o 180 gramos por cada 2 litros o 90 gramos por litro.
El agraz (mosto virgen o flor del mosto) es una bebida no-alcohólica tomada en los cafés de Madrid desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Se trata de una bebida servida muy fría con ligeros cristales de hielo, de colores entre amarillo y verde pálido. Elaborado con zumo de uvas no maduras (agraz) lo que le da un ligero sabor ácido apagado por el contenido de azúcar. Era muy popular en los meses de verano.
El agraz es zumo de uva aún no madura que se debe exprimir antes de la canícula y luego solearlo dentro de un recipiente de cobre rojo tapado con un lienzo hasta que se espese todo mezclando a cada momento con el líquido lo que se vaya cuajando alrededor. Por la noche hay que apartarlo del sereno ya que el rocío impide su condensación.
Elige el amarillento y frágil acerbo y mordaz a la lengua.
Buñuelos de viento
Con el mes de Marzo llegan las Fallas y con ellas una tradición gastronómica que se remonta al siglo XIX: los buñuelos de viento. La historia de este dulce comienza cuando el gremio de los carpinteros de la ciudad obtuvo por primera vez permiso del Ayuntamiento para sacar a la calle sus sobrantes de madera, muebles y trastos viejos para quemarlos en hogueras. Este hecho, que se fue repitiendo a lo largo de los años, se considera punto de partida y origen de las actuales Fallas.
El aire se enrarecía por el humo que salía de los anafes de las buñoleras afanadas en (aventar la candela, echar la masa en el perol y sacar los buñuelos con los ganchos).
Sabemos que viandas eran típicas en la verbena por la letra de la zarzuela jugar con fuego del maestro Barbieri cuya trama se desarrolla en su mayor parte en la noche madrileña de San Juan.
¡Los ricos Buñuelos...
calientes están!
¡Al agua de nieve
con dulce panal!
¡Aloja y Barquillos!
¡Licores! ¡Agraz!
¡Rosquillas! ¡Anises!
¡Al buen Mazapán!
La noche ha llegado
del señor San Juan:
galanes y damas,
la villa dejad.
Aquí Manzanares
con manso raudal
os brinda en su orilla
placer y solaz.
Vinos cariñena Montroy del Mantero
Montroy-Masana, un lugar de (chatos de vino y tapas de chorizo con palillo plano).
Algunos aún recordarán en el paisaje de las ferias, fijas o ambulantes, las casetas de feria o chiringuitos con las figuras de aquellos grandes muñecos vestidos de baturros que escanciaban continuamente vino en una gran tinaja.