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Metro de Madrid

Flanquear las puertas del Metro de Madrid era como entrar en un túnel del tiempo, el que ahora me transporta a mi infancia. Para entrar había que pisar una pequeña plataforma metálica y también para poder salir porque sino la puerta no se abría.

que recuerdos, madre mía!
Utilización del Metro

El ferrocarril suburbano en Madrid más conocido como el Metro facilitaba los traslados de la gente bajo tierra rozando los cimientos y los sótanos de los edificios madrileños.

El viaje en metro dependía también del trayecto que se realizase. Por ejemplo el viaje de Quevedo a Sol costaba 10 céntimos. Los billetes se adquirían en la taquilla indicando a la taquillera el lugar de destino.

A veces para economizar 5 céntimos se solicitaba una parada anterior (pillería) y teniendo cuidado que en el último trayecto no pagado nos pillase un revisor.

En mi infancia el metro debía tener solamente 5 líneas como mucho y los trenes eran tan vetustos que muy bien podían ser los primitivos de la línea que inauguró Alfonso XIII hacía 90 años. En la 1ª puerta del 1er vagón había una pequeña área rodeada de barrotes reservada para un empleado uniformado de Metro que se encargaba de abrir y cerrar las puertas de todos los vagones accionando una palanca o ambos botón y palanca.

En algunas calles había en el suelo de la acera unas rejillas de hierro que al pasar por encima de ellas notabas que al pasar un tren del metro salía el mismo aire caliente del que despedían los accesos a los que llamaban bocas del metro.

Una cosa que me llamaba mucho la atención era un letrero situado junto a los asientos que decía reservado para caballeros mutilados y es que después de la guerra era muy habitual ver por la calle a personas mutiladas (cojos, mancos, etc) incluso personas sin las 2 piernas que utilizaban un cochecito de rodamientos de fabricación casera y que para avanzar lo hacían con las manos las cuales las recubrían con trozos de neumático a modo de guantes para no destrozarselas, pero pasados 30 años ya no se veían casi personas mutiladas.

En las puertas de acceso al metro, había letreros como antes de entrar, dejen salir; tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén y no obstruyan las puertas.

También había letreros avisando de que te podía caer una multa de 5 pesetas por fumar y otras conductas incívicas como tirar desperdicios al suelo y escupir.
Como era nuestro Metro

Sería injusto no recordar al metro en estas páginas sobre el Madrid de los 60 siendo como fue un termómetro para calibrar el grado de integración de los recién llegados. El metro olía a humanidad y a cable quemado. Era un sitio triste de luces inciertas, largos corredores y gentes presurosas. Era un mundo subterráneo que no tenía nada que ver con el de la superficie, forzosamente más despierto que aquel en el que observando con detenimiento veías como las personas se movían como autómatas. Adquirir automatismos costaba su tiempo y no había nada más deprimente que aquellos indecisos que se paraban delante de los indicadores sin saber adonde dirigirse.

Afinando un poco más, había cantidad de lectores de novelas de bolsillo que se aislaban del resto. Esos sí que eran autómatas, ni siquiera miraban por dónde pasaban, como resortes se levantaban al llegar a su destino y seguían leyendo entre las apreturas, el metro fue la primera gran biblioteca de Madrid.

El metro era como el latido oculto de la tierra y aún en los 60 traían a la memoria los refugios que fueron durante la guerra, tanto que algunos madrileños no lo pisaban a pesar de ser un recurso impagable e incluso un estímulo para vender o alquilar mejor las viviendas.

Las viviendas las anunciaban con el metro a la puerta que era sinónimo de un valor añadido sobre todo en aquellos tiempos de la expansión donde crecían barrios enteros sin ese recurso, sin líneas de autobuses municipales todavía y dependiendo arbitrariamente de unos autobuses ruinosos que llamaban camionetas las mismas en las que montábamos en los días grandes de fútbol.

Cuando Madrid buscó refugio en el metro durante la guerra incivil tuvo que ser desalojado por problemas de salubridad (muchas personas duermen en el andén de una estación de Metro).

Las autoridades permitieron a los ciudadanos refugiarse en el suburbano. Había refugiados que los utilizaban como si fuese su casa. Se llegaron a acostumbrar, etc... finalmente tuvieron que desalojar los andenes.
Adaptarse o morir

Descender por aquel hipnótico precipicio visualizando repetidamente: OSRAM OSRAM OSRAM, producía una sensación de estar dentro de un sueño o de una película de Alfred Hitcoch.

La primera sensación que sentía el forastero en Madrid al entrar en el metro era de ahogo, de sofoco y una cierta prevención por si respirar aquel aire era saludable o no. Era cuestión de días porque al no tener otro medio de transporte obligaba a la adaptación rápida y sobre todo a tener prudencia al borde de los andenes o acostumbrarse al color rojo sangre de sus vagones y al olor a zotal en las primeras horas del día.

Otro recuerdo era que en los extremos de los andenes estaban las cajas con matarratas porque en los años 50 las ratas se paseaban tranquilamente por las vías, ratas tan gordas como conejos que fueron exterminadas posteriormente por medio de un porta cebos de microcemento Ibys (raticida IBIS).

Como anécdota, decir que las mujeres iban provistas de bonis o alfileres con cabeza gorda y de colores que tenían cierta longitud y servían para castigar a los osados jóvenes y no tan jóvenes que no sabían tener quietas las manos.
Taquillas del metro de Madrid
Pasajeros del metro de Madrid
Como en latas de sardinas
Horas punta del metro de Madrid
Interior de los vagones del metro de Madrid
La vieja y abandonada estación de metro de Chamberí

Chamberí es una estación clausurada del metro de Madrid que estuvo en servicio entre 1919 y 1966. Actualmente opera como museo tras su reapertura el 25 de marzo de 2008. La parada formaba parte de la línea 1 y se encontraba situada entre las estaciones de Iglesia y Bilbao, bajo la Plaza de Chamberí.

En la década de 1960, debido al incremento del tráfico de viajeros, Metro decidió alargar las estaciones de la línea 1 para poder poner en servicio nuevos trenes de mayor capacidad, de hasta 6 coches. De esta forma, los andenes de todas las estaciones se ampliaron (desde los 60 metros hasta los 90 metros) que tendrían a partir de entonces.

Ante la imposibilidad técnica de ampliar la estación de Chamberí por su situación en curva y su proximidad a las de Bilbao e Iglesia, el Ministerio de Obras Públicas decidió cerrarla el 22 de mayo de 1966.

El metro además era un escaparate elocuente y según en qué horas los pasajeros cambiaban de aspecto y de actitudes desde los gestos hoscos en las primeras horas, a los desenfadados de los chicos y chicas que iban a las academias nocturnas, aquellas academias que significaban segundas oportunidades para llegar a superar un estatus condenado a ser mano de obra barata.

Como habréis podido comprobar en alguna de las fotos, se fumaba dentro de los vagones del metro incluso en las horas punta.

¿increíble, no?
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