El Rastro madrileño
No te lo pierdas, nada mejor para conocer la quintaesencia de lo madrileño que dedicar una mañana de domingo a curiosear entre las estrecheces del Rastro.
Hay pocos lugares en Madrid, por no decir ninguno, más entrañables y que despierten más memorias que el Rastro. Un espacio que atesora miles de recuerdos hasta llegar a ser conscientes de la gran relevancia que este enorme mercado callejero tiene para Madrid.
Empezando en la plaza de Cascorro y desparramado por todas las calles de la pendiente de bajada a la ronda de Toledo, está el Rastro, el más antiguo y típico mercado al aire libre de Madrid.
Eloy Gonzalo el héroe de cascorro fue un soldado español distinguido durante la guerra de Cuba porque se presentó voluntario para prender fuego a una posición de los insurrectos cubanos y pidió ser atado con una cuerda para que si caía abatido su cuerpo pudiera ser recuperado.
Así, armado con su fusil, con una lata de petróleo y atado con una cuerda se deslizó hacia las posiciones insurrectas prendiéndoles fuego y regresando indemne a su posición la cual fue liberada pocos días después por una columna española al mando del general Adolfo Jiménez Castellanos (1844–1929).
Desde su atalaya domina la panorámica del Rastro y es testigo mudo de todo el tráfago humano (palabro dicho en argot al conjunto de negocios, ocupaciones o faenas que ocasionan mucha fatiga o molestia) como los compradores a tiro fijo, curiosos y mirones de los titiriteros, rebuscadores de antiguallas, coleccionistas de lo viejo, guiris, japoneses cámara en ristre, isidros, chulos, castizos, o descuideros que nos pueden aliviar el peso de la cartera, embaucadores, trileros, despistados, falsos predicadores y algún desdichado en la busca imposible de sus propiedades hurtadas...
Matadero de la villa
El rastro madrileño está documentado desde 1740 como un lugar de encuentro para la venta, cambio y trapicheo de ropas de segunda mano alternativo al negocio de la venta ambulante. Realmente es un mercado al aire libre (mercado de las pulgas), originalmente de objetos de 2ª mano que se monta todos las mañanas de domingos y festivos en un barrio castizo del centro histórico de la capital de España.
Nació en torno al matadero de la villa ocupando las aceras de la cuesta de ribera de curtidores del barrio de Lavapiés como un zoco semi clandestino de venta de objetos usados (baratillos). El Rastro con más de un cuarto de milenio de existencia ha ido reglamentando su existencia y actividad comercial.
En dicha zona se comerciaba con carne de reses y diferentes animales que se sacrificaban en el matadero cercano y se trasladaban a los puestos de mercado. De esa forma, la sangre de los animales muertos iba dejando un rastro a su paso que cualquiera podía seguir hasta encontrar lo que se ponía a la venta.
El matadero de la villa se creó ante el crecimiento de la ciudad de Madrid y los problemas de higiene, y es cuando las autoridades madrileñas comienzan a pensar en la creación de un matadero industrial que abasteciese a toda la ciudad. Fue elegida la dehesa de arganzuela como emplazamiento ideal (aunque pronto se vería absorbida por el constante crecimiento de la ciudad) y se comienza la construcción de este complejo, que no se inauguraría hasta 1924.
Los edificios fueron agrupados en 5 sectores de producción, dirección y administración, matadero, mercado de abastos, mercado de trabajo y sección sanitaria, que contaban además con viviendas para el personal, capilla, etc. y un sistema de circulaciones y ferrocarril propios, siguiendo el sistema alemán de pabellones aislados, relacionados por medio de viales y presididos por un edificio administrativo, la casa del reloj situado sobre el eje principal de la composición.
El pabellón de servicios generales (o casa de contratación, o casa del reloj) del matadero de Legazpi en los años 20, era el centro de dirección de las áreas de matadero y de mercado de ganados y estaba situado en el centro del recinto, entre ambas zonas.
Que buscar en el Rastro
Había tiendas fijas de almoneda (venta de bienes muebles) que se realiza de manera pública a través de un mecanismo de pujas, licitación y antigüedades.
- puestos ambulantes de ropa nueva y usada, de artesanía, de plantas, de herramientas de todo tipo, cuadros, juguetes, libros y revistas, tebeos, cromos, discos, relojes, muebles, lámparas, zapatos, telas, cueros y plásticos, medias y lencería.
- todo tipo de utensilios y cachivaches, cazos y sartenes, productos de la industria sumergida, antigüedades de hace 2 días, pócimas y ungüentos maravillosos, menudencias y trastos viejos, quincalla, desechos, artilugios sorprendentes, estampas y estatuillas de San Pancracio y Santa Gema, expolios de iglesias, animales de compañía, don Nicanor tocando el tambor, rosquillas tontas y listas de San Isidro y de la Tía Javiera...
Todo esto y muchas cosas más se encuentran en el Rastro.
Restos de casas expoliadas
El rastro de los años 60 conservaba aún el abigarrado muestrario de las baratijas y de los restos de grandes casas desaparecidas y expoliadas durante y después de la guerra, cuando la guerra, por la guerra, gracias a la guerra.
Ir al rastro era casi un rito, pasear entre los puestos de llaves mohosas, de acuarelas de aficionados, de grabados, de jaulas con gorriones y jilgueros, de libros de 2ª mano o restos de ediciones de dudosa integridad y cómo no, de legítimos muebles antiguos y otros en la duda de la falsificación, primorosa eso sí.
Ropavejeros
En el Rastro encuentras a las personas que venden, con tienda o sin ella, ropas militares o de paisano, vestidos viejos y baratijas usadas (ropavejeros), o pantalones vaqueros de la marca que entonces reinaba como Wrangler’s de remaches para usarlos con jerséis anchos y largos que los progres bautizaron con el nombre de pullovers y que no se compraban en el Rastro a no ser en las tiendas donde predominaban la ropa militar y los abrigos decimonónicos de donde se surtían las sastrerías para el cine o el teatro.
que más encontrabas? somieres, casquería de cuartos de baño y un sinfín de herramientas de todo tipo con sus herrumbres a cuestas, todo ello era el termómetro de unos despertares cada día más confiados, más unánimes de vencer el pasado.
Costumbrismo local
La almendra o centro de aquel Rastro estaba formada por profesionales de la venta y de la compra, muchas veces desvergonzados y en el regateo con mucha clase, un juego de medias palabras, gestos, desinterés aparente, remoloneo y desplantes en un me voy pero vuelvo que por sí solos resucitaban los viejos sainetes de Arniches con un costumbrismo real.
En el Rastro puedes intentar encontrar algún cuadro descolorido de un prócer u hombre ilustre que es respetado por sus cualidades. Alguna cornucopia auténtica restaurada torpemente con purpurina. Un bargueño o mueble antiguo con incrustaciones. Una bitácora de barco para la decoración de un PUB o un par de mecedoras de enea.
Comer en el Rastro
El no encontrar nada de tu gusto era conformarse con lo superficial, bien con raciones de callos sublimes, con auténticas berenjenas de Almagro, pero lo más normal del mundo es ir de domingueo al mercadillo más famoso de España, que se haga tarde y pensar:
¿dónde se puede comer en el Rastro de Madrid?
Dentro de este triángulo de las Bermudas que forman la calle de Toledo, la ronda de Toledo y la ribera de Curtidores se esconde la comida más castiza de toda la ciudad. Hay 2 tipos de personas que se quedan a comer en el Rastro de Madrid. Los primeros, aquellos que van a tomar cañas y raciones hasta que el cuerpo aguante. Los segundos, los que quieren mesa y mantel para disfrutar de una comida de esas que requiere siesta de 2 horas.
¿no sabías que puedes comer en el Rastro de Madrid en un museo?
- El nombre de Museo de la Radio, se debe a las innumerables radios antiguas que llenan las paredes y que podrás admirar sin pagar un solo euro. Eso sí, cuando empiecen a pasar delante de tus narices sus albóndigas de carne y queso o sus croquetas de bacalao, te olvidarás de todo lo demás. Solo querrás hacerte un hueco en la barra y comer estas delicias, maridadas con uno de sus vermuts fresquitos.
- Desde 1942 Casa Amadeo o los caracoles, lleva Amadeo al pie del cañón con la mejor cocina castiza ajena a las modas. Sus caracoles en salsa son míticos, pero también tiene callos, zarajos de Cuenca, manitas de cerdo, codillo… Vamos, lo que se dice un menú completito para pasar el invierno.
- El Capricho Extremeño es muy difícil de describir. Es más o menos un take-away castizo con tostas de muchos tipos distintos hechas al momento. Lo de take-away es porque el sitio es muy pequeño y solo caben las personas que están pidiendo en ese momento. Y lo de recién hecho porque las tostas vuelan de su barra, sobre todo la de lacón, que es mi favorita. Tienen también dulces caseros extremeños como los pestiños o las perrunillas.
- El Bar Santurce dónde el rótulo de la entrada lo pone bien clarito: la casa de las sardinas asadas es un sitio de esos que nada más entrar huele a aceite caliente y donde se oyen los chisporreteos de freír la comida. La cocina no para de despachar sus famosas sardinas, chopitos o pimientos verdes, que con un vermut, entran de maravilla.
- Ahora le llega el turno al Bar Cruz de la casa de las navajas. Comer en el Rastro de Madrid no es lo mismo si no te tomas aquí el vermut. No te digo que comas a base de navajas (que te saldría por un pico) pero sí que las pruebes. Pocos bares las hacen tan ricas y baratas, aunque tendrás que pelearte por un sitio en la barra. ¿que lo tuyo no es el marisco? No hay problema: otro de sus clásicos es la oreja a la plancha que ponen con una ración generosa de pimentón, a la vieja usanza.
Por último, si tu plan es volver a casa a comer después de comer unas raciones en el Rastro de Madrid pero se te ha echado el tiempo encima.
¿solución?
Acercarte a por uno de los platos estrella de los domingos: el pollo asado. En el asador de pollos Navarro los tienen jugosos y grandes, nada de esos que tienen el tamaño de una paloma. Siempre suele haber cola y como no vayas antes de las 15:00 de la tarde, te encontrarás con un sold out (todo vendido).
Venta de pájaros
Mágicas mañanas de Domingos soleados, arrastrar los pies con las manos en los bolsillos para evitar tentaciones ajenas y la mirada en abanico para evitar a los Tomadores del 2 (en el argot significaba pequeños hurtos).
La llamada normalmente calle de los Pájaros, antiguamente tenia varios puestos con artículos y también vendían todo tipo de pájaros. Con las nuevas leyes dejo de haber ese Mercadillo. Es la calle paralela a la de los Cuadros bajando desde Cascorro por la acera de la izquierda, ahora bien, en la acera de la derecha y mas abajo casi al final, hay una tienda con buenos pájaros, la mayoría importados de Bélgica.
En Cascorro en la calle donde venden Animalitos y sus utensillos, hay 2 o 3 grandes tiendas de aves, y bastante decentes. Es como un Museo del Canario, pues hay de todas las clases. Un consejo no lo compres en la calle, puedes tener suerte, o te la pueden dar, y evidentemente sin garantías.
Vendedores callejeros del Rastro
El Vendedor Ambulante (es un comerciante que vende sus productos sin estar en un lugar físico establecido), haciéndolo con frecuencia por las calles o en eventos. El vendedor ambulante o Vendedor Callejero, también llamado Buhonero (cuando se dedica a la venta de chucherías y artículos de escaso valor), es el trabajador de la economía informal que comercia distintos productos.
Y como Comercio o Venta Ambulante, se entienden todas aquellas actividades comerciales lícitas que se ejercen por personas que deambulan por las calles, llevando consigo sus mercancías, ya sea en carro de tracción mecánica o animal o impulsados por su esfuerzo humano.
Desde principios de ese siglo, ya se constata la presencia de Vendedores de comestibles, zapatos, ropas y objetos usados en las calles que rodean la Plazuela del Rastro (actual Plaza de Cascorro). Son tiendas, pero también Vendedores Ambulantes que se ganan la vida ofreciendo ropa de segunda mano a diario, como el vendedor de Botas de Vino (la verdadera bota española). Bendito y castizo Rastro... bien fresquito y rico el vino en la Bota.
El juguete artesanal más famoso en Madrid fue don Nicanor tocando el tambor, de origen incierto y cuyos primeros datos encontrados se remontan a la última década del siglo XIX. En España pequeños artesanos y vendedores ambulantes hicieron de esta fabricación su negocio, distribuyendo sus limitadas producciones en Ferias, Verbenas, Mercados o por las calles de las grandes ciudades. Juguetes tan simples como imaginativos, realizados con recortes sobrantes de fábricas dedicadas a otros productos, llegaron a las manos de niños y niñas siendo, en muchas ocasiones, uno de los pocos regalos que obtendrían en su infancia.
Se trata del Hombre-orquesta de los juguetes. Es un muñeco con aspecto de payaso que tiene un silbato en la parte trasera y además una cuerdecita en la parte posterior que al tirar de ella baja los brazos del payaso.
Los Brazos tienen unos (palitos con los que toca el tambor). Resumiendo, este juguete diabólico es: silbato, tambor y juguete, todo en uno.
Pero la cosa no queda aquí, los vendedores que vendían este juguete eran expertos manejando este invento. Recuerdo haber visto más de una vez a estos vendedores tocando alguna complicada melodía al ritmo del silbato y el tamborcillo del Don Nicanor.
Chuches callejeras