Golosinas - WEB 2023

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Los quioscos de pipas

Los quioscos también llamados puestos de pipas nos surtían de chucherías y demás menudencias a la chiquillería de entonces. La historia que yo conozco de Madrid está conformada también por muchas personas anónimas, humildes y entrañables que van marcando su día a día, cual fue el caso de la pipera xxx?, esta pipera se estableció  en los años 60 con su puestecillo de pipas, caramelos, tabaco, cerillas, etc... y se ponía al lado del colegio y más de una vez la comprábamos algún pirulí de caramelo y palolú.

En mi barrio subsistían varios quioscos. Uno era el del señor Isidro que desde muy temprano y sin faltar ningún día le veíamos quitar una a una las maderas que cubrían aquel quiosco verde botella que se convertía en un bazar mágico para nosotros. Estaba ubicado unos metros más abajo del portal de mi casa. El señor Isidro casi no cabía en él, pero allí se acomodaba desde las 9:00 de la mañana y pasaba muchas horas durante el día vendiendo su especialísima mercancía (super secreto: la alcantarilla que estaba en la parte inferior del puesto se supone que le servia para hacer sus necesidades diarias, digo yo, no os parece?).

El quiosco era el punto de reunión y de encuentro con los amigos. Entrañables aquellas tardes después de salir del cole cuando íbamos al quiosco. Los niños comprábamos de todo: chicles Bazoka, Gallina blanca, Azcoyen,... había mucha variedad en golosinas pero cada uno tenía sus propias preferencias.

Los quioscos nos surtían de figurillas de plástico rellenas de anises, pan de higo, chufas, castañas pilongas, pipas de girasol en cucuruchos (el cucurucho 1 perra gorda o sea 10 céntimos), pipas de calabaza, algarrobas, altramuces (o chochos), palolú (raíces de regaliz), relojes de plástico, etc ... ya os iré enseñando poco a poco.

Tenían casi de todo, pero en esos tiempos en los que no había muchos juguetes ni distracciones infantiles los niños comprábamos para comer como chuches el fruto del majuelo, luego extraíamos el hueso y lo lanzábamos sobre la gente soplándolos con canutos o con las fundas de los bolígrafos BIC a modo de cerbatana. Lo suyo era partir el canuto a la mitad, quedarte con la parte de la punta (y guardarte el otro por si te lo confiscaban). También te metías arroz en la boca, lo masticabas y babeabas. El medio canuto y el arroz mordido se usaban como metralleta: la humillación y el pringue eran totales.

Otra de nuestras compras en las piperas con sus quioscos ambulantes eran los juguetes, pequeños artilugios que nos hacían pasar buenos momentos con los amigos con los trompos o peonzas, paracaidistas, sobres sorpresa, indios y vaqueros de plástico monocolor (los había de colores, pero éstos eran más caros), yo-yos, barajas de cartas, cromos de las colecciones de los famosos álbumes Maga, etc...
Gastarnos la pela

Un momento especial del año en cuanto al tiempo libre se refiere era la Semana Santa que como signo de religiosidad y recogimiento se suspendían todo tipo de espectáculos lúdicos por lo que el tiempo libre se empleaba acudiendo a las procesiones o paseando por el Parque del Retiro o escuchando la radio en casa.

Si, éramos felices con poco dinero y sin caprichos pero con sencillez y resignación. Por supuesto al no tener ni tele ni internet no teníamos una visión externa de lo que había en otros lugares del mundo pero para gastar nuestros ahorros teníamos varias opciones: cines, churrerías, pastelerías, helados, barquillos y chucherías varias así como el alquiler de bicicletas en la Chopera del Retiro.

1 caramelo... 10 céntimos
1 pastilla de leche de burra... 10 céntimos
1 galleta de coco... 10 céntimos
1 barquillo... 20 céntimos
1 helado de cucurucho... 50 céntimos
1 churro... 50 céntimos
1 hora de alquiler de bicicleta... 1 peseta
1 pastel... 1,50 pesetas
El cine nos costaba... 2 pesetas



¿Acaso no tuviste la tortuga andadora?

Algunos años más tarde empezaríamos a comprar los primeros cigarrillos o bien sueltos o por cajetillas (3 cigarrillos celtas cortos y sin filtro por 1 Peseta).

Los Mistos Garibaldi o fósforos o rasquetas eran un clásico del quiosco, se trataba de unas tiras de papel cartón con trocitos de fósforo pegados que recortábamos con la mano y los rascábamos sobre las paredes produciendo pequeños estallidos y chispas. Los más valientes se lo ponían dentro de las manos agitándolos para no quemarse produciendo así un sonido característico. Estos pequeños fuegos artificiales eran el alma de muchas fiestas populares y era de las pocas cosas que los padres dejaban utilizar a los más pequeños. También lo chupábamos (craso error) para pintarnos la cara puesto que eran fosforescentes como los fuegos fatuos.

Los Recortables de muñecas que hacían que las niñas tijera en mano se divirtiesen vistiendo y desvistiendo a muñecas de papel también conocidos con el nombre de mariquitas. Fue sin duda uno de los juguetes más populares de las niñas de los 50, 60 y 70. La ilusión por cambiar de ropa a estas muñecas se ha trasmitido de generación a generación. El recortable era ideal y de un coste no muy elevado que te permitía vestir a tu muñeca para la ocasión (hoy hace frío le pondré el abrigo, bufanda y botas y para ir al cole su equipo completo de estudiante).

Los Recortables para chicos hacían que los niños se divirtiesen montando verdaderas batallas de papel. Fue también sin duda uno de los juguetes más populares de los niños de los 50, 60 y 70. El recortable era ideal y te permitía montar tus propios escenarios y con los personajes que más nos gustaban. En España se publicaron varias series (indios y vaqueros, soldados españoles, norteamericanos, etc...). También eran muy populares los recortables de edificios, trenes, coches, barcos y aviones.

Los Sobres sorpresa Montaplex sin duda fueron las estrellas del quiosco en los años 70. Miles de niños acudíamos duro en mano (5 pesetas) a comprar estos magníficos jueguecitos. Se llamaban sorpresa, pero todos sabíamos lo que nos iba a salir de antemano la mayoría de las veces pero la ilusión estaba siempre latente. Era como si esperábamos algo nuevo, algún objeto que causara las miradas de emoción de otros niños.

Las series eran muy variadas: grupos y ejércitos de todas las naciones dónde podíamos recomponer las batallas más insólitas, también estaba el armamento pesado como aviones, cañones, ametralladoras, helicópteros, camiones y toda clase de navíos.

El Viejo Oeste también estaba representado con los guerreros indios, vaqueros, el scheriff, el fuerte que aguantaba los temibles ataques de los pieles rojas, y cómo no, el poblado indio. Costaban 1 peseta y durante la década de los 60 fueron los auténticos reyes del quiosco (eran de un solo color y algunos tenían su propio caballo).

El fuerte Fort Grand Comansi se fabricó en la década de los 70 y tuvo muchísimo éxito entre los más jóvenes, estaba fabricado en madera y plástico. Hay que destacar los impresionantes dibujos que llevaba su caja. Este juguete fue el entretenimiento ideal para montar verdaderas batallas entre indios y soldados.

También estaba el carromato de plástico y otros accesorios para que los niños se pudieran montar auténticos poblados y otros escenarios del salvaje oeste americano.

La diligencia Comansi estaba fabricada de plástico e iba en su caja la cual tenía unos impresionantes dibujos del far west. Este juguete fue el complemento ideal para el fuerte y para los indios y vaqueros que comprábamos en el quiosco.

Eran entrañables aquellas escenificaciones que se montaban en el salón de casa dónde los indios o bandidos que ocultaban su cara atacaban la diligencia. Un recuerdo muy apreciado para todos aquellos que jugamos a indios y vaqueros en la niñez.

Los Buzos y Hombres rana costaban 1 peseta y quizá los únicos que llegaron a equipararse con los indios y vaqueros. Los niños de la época jugaban con estos muñequitos de plástico a imitar su serie favorita: Viaje al fondo del mar y estos buzos eran ideales para recrear escenas submarinas donde podían acompañar otros juguetes que salían en los sobres sorpresa.

También había personajes del ejército español, norteamericano, alemán, japonés, romanos, vikingos, piratas, etc..., después aparecieron los muñequitos pintados, éstos eran mucho más caros pero también más reales.
Comprar en el quiosco

Los quioscos solían tener unas vitrinas que haría las delicias de cualquier coleccionista de nuestros tiempos, cientos de cochecitos en miniatura, muñequitos… Uno podía pasarse las horas allí viendo como montones de paquetitos de plástico transparente con figuras del oeste, accesorios para muñecas, arcos y flechas, pistolas de todo tipo, diábolos, tamborcitos, en fin, todo lo que se pudiera uno imaginar. Y ya encima del mostrador, botes con golosinas de la época: cañas de azúcar, palolús, altramuces, pipas de girasol y de calabaza, algarrobas, etc...

El estante intermedio estaba destinado a albergar los sobres de Montaplex para niños y niñas. A mí siempre se me iban los ojos con estos sobres que constantemente se iban actualizando (mis preferidos eran los ejércitos de diferentes países). Como ya he comentado, mi madre tenía que comprarme uno casi siempre que pasábamos por el quiosco porque me agarraba de una argolla que había junto al cristal y de allí no me soltaba si no caía algo directamente.

Las figuras de indios y vaqueros de plástico eran muy coloridas llegando a ser uno de los juguetes con los que pasamos más tiempo en nuestra infancia. Parecían sacadas de cualquier película del oeste. Con estas figuras se podía montar un rato largo de juego en cualquier parte de casa. Especialmente tirado en el suelo del comedor, claro.

Todas las figuras estaban pintadas a mano con vivos y llamativos colores, excepto los carromatos y su conductor. Alguna llevaba sombrero de quita y pon siendo un accesorio apreciado pero fácil de perder. Muchas de las figuras tenían poses repetidas solo había que cambiar sus armas. En un primer momento fueron de goma y con armas desmontables.

El modelo del madelman Jim Black era bastante austero en accesorios, fue uno de los 4 modelos que madelman diseño para su set de piratas. Esta serie fue una de las que contó con más seguidores junto con la militar. A esto ayudó la gran cantidad, calidad y variedad de accesorios. El nivel estético fue muy alto así como su colorido y vistosidad.

Incluía la figura de un negro con pendiente de aro dorado, pantalón morado (tipo bombacho) y camisa amarilla rallada de manga ancha, botas piratas, cinturón decorado con una serpiente marina de 2 cabezas con bandolera de gran hebilla para el sable (también se podía colocar el catalejo), un sable metalizado con empuñadura, catalejo telescópico y botella de ron.
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Juguetes varios

Los dardos de plástico durante varios años fueron uno de los juguetes de 1 peseta preferidos por todos los niños. Las dianas para jugar con estos dardos podían ser cualquier cosa: una caja de cartón, un árbol, un corcho... y de vez en cuando nos llevábamos algún pinchazo que otro. Eran de plástico excepto la punta que era un pequeño clavo y los había de distintos colores.

Los dardos con punta afilada ¿alguien en su sano juicio dejaría hoy en día jugar a un niño con esto? pues nosotros nos lo pasábamos pipa porque se clavaban perfectamente en cualquier sitio. El papel de la pared de casa completamente agujereado, los marcos de las puertas y, o teníamos demasiada buena puntería o no consigo entender como no acabaron en el ojo de ningún niño.

qué peligro!

Había otra versión de dardo, la punta fue eliminada y en su espacio se colocó el pistón que explotaba al lanzarlo contra el suelo qué pestazo a pólvora!

En el cohete de Ariel, se ponía una pastillita efervescente dentro de la capsula con un poco de agua y al cerrarlo salía disparado hacia arriba por la presión. Aparte de regalarlo con el detergente Ariel también lo vendían en los quioscos de chuches.

Las caretas que tener la careta del pirata y una espada de madera o de plástico suponía que por unos momentos nos sintiéramos los bucaneros intrépidos que surcaban los 7 mares en sus temibles galeones. La imaginación también se desbordaba con otras caretas como las de indio, el guerrero zulú y otras que aparecieron con personajes de dibujos animados y cuentos infantiles. Eran de cartón y se unían a la cabeza con una gomita que con facilidad se soltaba, pero no era problema la volvíamos a unir con un nudo más seguro.

El mono trapecista en el que apretabas sus 2 botones laterales y las gomas se tensaban y destensaban haciendo que el mono diera vueltas, sencillo ¿verdad? pues te podías tirar perfectamente toda la tarde dándole vueltas y vueltas y manteniendo pulsados los botones hasta conseguir que el mono hiciera el pino sobre el trapecio, divertidísimo.

aviones propulsados por goma pedazo invento! esto no era más que la tecnología del tirachinas aprovechada para propulsar este avioncito de plástico, cada uno tenía su técnica especial para colocar la goma entre los dedos y conseguir que el avión llegara más lejos.

Las hélices en otros lugares se llamaban voladoras y los que tenían más imaginación helicópteros, fue uno de los juguetes preferidos de los niños y algunas niñas de los 60. Jugar con este artículo era muy sencillo, sólo había que hacerlas volar y contra más tiempo permanecía en el aire mucho mejor, para ello se cogía el palito de la hélice con las palmas de las 2 manos y se friccionaba varias veces hasta que se soltaba con energía, ésta salía disparada dando vueltas sobre el aire.

La bola voladora, reconozco que este era uno de mis favoritos y es que nos parecía totalmente mágico que esa bolita se mantuviera flotando en el aíre con tan solo soplar esta especie de pipa, a ver quién tiene el récord de aguantarla más tiempo (Dios mío, qué pulmones).

Pipo el muñeco que fumaba era un juguete que se hizo muy popular fue un pequeño muñeco de plástico que representaba un niño en pose provocativa y con un pitillo en la boca. Fue muy famoso en los años 60 y 70 porque echaba humo cuando se le ponía un cigarrillo pequeño en la boca.

Como eran las chucherías

La peseta era la medida de compra, con ella podías comprar un cucurucho de pipas que te ponían en un papel gris y repleto hasta arriba de semillas saladas que un rato más tarde te pondrían los labios hinchados literalmente.

Con 1 peseta podías comprar también 10 caramelos SACI de menta penetrante que te dejaban sin respiración en cuanto aspirases un poco o 10 pastillas de leche de burra blancas o 1 sobre de refresco Sidral con sabor a limón, naranja o fresa en el que sumergías con avidez el dedo para colocarlo a continuación en la lengua y sentir su efervescencia.

EL chupa chups era un caramelo con palo incrustado por el cual los niños evitaban la incomodidad de ensuciarse las manos. La idea sería como tomar un caramelo con tenedor. A partir de entonces lo conocemos como el famosísimo chupa-chups. El precio de mercado fue de 1 peseta, era caro para los años 50 pero sin duda se hizo para dar la imagen de un caramelo de calidad.

El toffe era un caramelo masticable que la marca Damel comercializó en unos paquetitos de 10 caramelos y con distintos sabores: avellana, café y cacao. Se vendían en quioscos, pastelerías, heladerías etc... y llego a ser una de las golosinas más populares de la época. Damel creó un eslogan que decía Damel, el sabor que da energía inundando el mercado para disfrute de niños y mayores.

Los anisitos o los juguetes de bolitas de anís. El éxito en los años 60 se debió a que era una golosina y un juguete. Los había de distintas formas: pistolas, lecheras, aviones, ratita presumida, botijos, lupas, cochecitos, muñecos, sifones y muchos más artículos diferentes. Los niños y niñas de la época lo utilizaban para jugar a las casitas, a las tiendas, a los papás y las mamás y otros juegos después de comerse sus bolas con sabor anís.

Los cigarrillos de chocolate eran otro clásico de las golosinas y fueron durante varias décadas una de las chuches preferidas de niños y niñas. El chocolate acompañó a varias clases de golosinas como las monedas, las botellas, las sardinas... Pero los cigarrillos quizá fueron las más populares entre la chiquillería. Había cajetillas de todas las marcas de la época (Camel, Pall Mall, Ducados…).

Pero, sobre todo lo que podías comprar con 1 peseta era un inmenso, oloroso y fantástico chicle Bazoka de fresa o menta. Casi puedo sentir todavía esa maravillosa sensación de meterte en la boca un chicle de 3 pisos de un aparatoso y seguramente nada saludable color rosa, con un inconfundible sabor al seguramente aún menos saludable aroma de fresa. Al masticarlo y mezclarlo con la saliva se volvía enorme y golpeaba contra el paladar, te costaba dominarle y parecía que te ibas a ahogar, pero era también en esos primeros instantes cuando más blando era y cuando el sabor te llenaba tanto o más que aquella masa gomosa e informe.

El chicle Bazoka fue el rey de las golosinas a finales de los años 60 y durante los 70, eran la estrella del quiosco (1 peseta un chicle). Fue también muy famosa su lema (el chicle Bazoka que se estira y explota) también fueron famosos sus regalos como las calcomanias de escudos de equipos de fútbol y las gorras de sus promociones.

Lo que hace que el chicle Bazoka haya perdurado en la memoria aparte de su sabor intenso era por lo dura que estaba la goma al empezar a masticarla o lo grandes que podían ser los globos. Fue el que prácticamente desde el principio dentro de la envoltura llevaba una tira de cómic con un personaje llamado Bazooka Joe, claro está que su eslogan lo decía muy claro (el que más se hincha es un Bazoka, este si que se masca bien y no pierde el sabor y dura cuanto quieras).

Los domingos recibíamos la propina, el que podía disfrutaba del Vita-Cal y otros manjares como la cañadú o caña de azúcar y qué decir de los petardos, aquellos que comprábamos en el quiosco y que hacíamos explotar debajo de las latas por el placer de hacerlas volar. También vendían unas piedras rodadas impregnadas en fósforo que al rascarlas por las paredes petaban…

mover con el ratón y hacer el zoom
Chucherías

En el apartado chocolatinas teníamos paraguas, botellas, sardinas en lata, monedas, cigarrillos!, todos envueltos en un brillante y colorido papel de plata.

Estaban también los regalices en sus múltiples y variadas presentaciones: de colores y en forma de barras grandes negras y rojas, lisas y retorcidas, espirales de regaliz, pastillas de regaliz negro pequeñas, duras y fortísimas o las raíces de Palolú que chupabas y masticabas durante horas hasta que se convertían en una especie de estropajo difícilmente clasificable.

Palolú, palulú, paloduz, paludú,... estos son los nombres con los que se conoce en Madrid al regaliz de palo. Una golosina por llamarlo de alguna manera porque en realidad es un palo que no es ni más ni menos que la raíz de una planta llamada científicamente Glycyrrhiza glabra, con un sabor… digamos que particular. Y dicho sea de paso, con un montón de propiedades beneficiosas, incluso afrodisíacas…

Un palolú podía durarte sin ir más lejos 1 semana o más. Para que no se secara, por la noche lo dejabas metido en un vaso de agua. Pero que yo recuerde no hubo narices de acabarlo nunca.
Carrito de los helados

Sin discusión alguna el helado al corte al parecer también conocido como helado napolitano o cassata brick era el rey del surtido heladero de la época por encima incluso del helado de cucurucho. Al menos esa es la impresión personal que tengo después de repasar cuál era realmente el más solicitado tanto en las escasas heladerías que había por aquel entonces como en los numerosos carritos de helados que recorrían las calles, lo cual era una alivio en los días calurosos de verano.

Lo que nos hacían mucho tilín eran los helados que se compraban al corte con una hoja de barquillo por cada lado. A veces veíamos a un señor que empujaba un carrito, se apostaba en la calle y le solíamos comprar polos que eran una mezcla de agua, azúcar y colorante que nos teñía la lengua. De vez en cuando nos dábamos el lujazo de comprar helado al corte de uno o varios sabores, lo ibas chupando redondeando el helado para no perder una gota y las dos galletas se iban uniendo como si fuese una galleta rellena de helado, riquísimos...

Los carritos de los helados eran una gran atracción para los niños porque además nunca se sabía dónde podía encontrarse uno. No había muchos sabores así que llevaban 2 o 3 depósitos que se tapaban con una semiesfera de metal (garrapiñeras).

La masa del helado iba en compartimentos aislados térmicamente, bueno, todo lo que se podía en aquella época a los que se accedía levantando esas tapas en forma de cúpula de acero inoxidable. En una estaba la masa para helados de bola con el cucurucho, en otra los helados de corte y en la tercera los polos.

Por todo esto, me es extraño comprobar como en la actualidad el corte prácticamente ha desaparecido de las heladerías y de los supermercados. Y es que resulta casi imposible comprar un bloque de helado y un paquete de galletas para como hacíamos antes en fechas señaladas preparar unos cortes en casa y degustarlos en familia.

Los comprábamos en los quioscos y todos los domingos camino de la iglesia de las Angustias solíamos hacer una parada en el quiosco del chepa que estaba justo encima del túnel de tren en la calle Ferrocarril. Era un quiosco mucho más grande y tenía más cosas que el del señor Isidro con el aliciente de que también vendía polos de hielo (ay, aquellos maravillosos Camy de naranja o limón a 2 pesetas) o los cremosos Frigo de piña a 3 pelas que mi madre nos tenía absolutamente prohibidos porque eran malos para las anginas y que comprábamos y comíamos a escondidas con mayor placer por aquello de la clandestinidad.
¿Que más podíamos comprar en los quioscos?
Periódicos y revistas

Evidentemente por motivos políticos sobradamente conocidos, la prensa (gobierno) durante la época del franquismo dónde los vencedores aprendieron de la guerra que los medios debían cumplir una función social de Servicio Público se convierten en dueños de diarios, emisoras de radio y cadenas de televisión públicas.

El negocio informativo crece y las empresas de información aumentan su poder, sin embargo, mientras que en los estados democráticos se asienta definitivamente la libertad de expresión, esto no representa la situación de la España del franquismo donde se mantuvo la Ley de Prensa de 1938 pensada para el control férreo de las publicaciones durante la guerra civil y sus características más importantes eran la censura previa y las llamadas consignas a través de las cuales el Ministerio de Información y Turismo podía ordenar la inserción de artículos, incluso de editoriales con una determinada tendencia o contenido.
Revistas del corazón
 
Durante las décadas de los 60 y 70 el formato de prensa denominado revista o magazín estaba dedicado básicamente al público femenino, diríamos que durante dichas décadas los periódicos eran más bien cosa de hombres y las revistas lectura femenina. A la mayoría de las féminas de esta época no les interesaba la política o mejor dicho la política no estaba interesada en ellas.

Las denominaciones periodismo del corazón, prensa rosa o crónica rosa se basaban en el periodismo dedicado a informar sobre la vida de las celebridades y la farándula. El origen de este tipo de prensa viene de la antigua sección periodística denominada (crónica de sociedad, crónica de salones o ecos de sociedad) donde se daba cuenta de los matrimonios, peleas, embarazos, natalicios, necrológicas, entierros, éxitos, fracasos, fiestas, vacaciones, compras de casas, operaciones, enfermedades, sucesos y demás acontecimientos sociales de las capas altas de la sociedad y de las celebridades en terrenos como el deporte, las finanzas, la política o los espectáculos.
Revistas del hogar

Eran las revistas relacionadas con el hogar y la moda, labores del hogar, cocina y hogar y revistas relacionadas con la programación tanto de la radio como de la televisión.
Fotonovelas del corazón

A mediados de los años 60 empezaron a venderse en los quioscos las llamadas fotonovelas, que no eran sino historias románticas de amores imposibles y pasionales contadas por medio de fotografías. O sea, como si, por ejemplo los protagonistas de Ama Rosa el popular serial radiofónico que se estrenó en la cadena SER en 1959 hubieran sido retratados y aparecieran luego impresos en una revista.

Algo así más o menos eran estas populares fotonovelas que en los años 70 arrasaban entre las chicas que eran las que mayoritariamente las leían. Tal vez porque entonces eran más sensibles y sentimentales que los chicos o porque a estos les ruborizaba expresar sus emociones que para todo había en la viña del Señor.

Sobre todo, las que más éxito tenían eran las de Corín Tellado. Es decir, las que contaban esas emocionantes historias escritas por la prolífica María del Socorro Tellado López (Corín Tellado), toda una experta en novela rosa, género en el que se movía como pez en el agua y en el que llegó a publicar alrededor de 4.000 títulos y vender más de 400.000.000 ejemplares! que han sido traducidas a 27 idiomas, además figura en el Libro Guinness de los Récords 1994 como la autora más vendida en lengua castellana.

Pues de Corín Tellado en efecto eran las fotonovelas más populares cuyos títulos lo decían todo: Me siento decepcionada, Me gustaría estar contigo, Te amo, Eduardo, Mi marido lo sabía, Confundí tu cobardía, No te merezco,… y tantos y tantos más de este calibre. Historias en definitiva donde lo normal era descubrir enredos amorosos, pasiones desmedidas, engaños y desengaños y tramas por el estilo que atenazaba el corazón de quien las leía y le secaba la garganta. Eso sí, siempre protagonizadas por chicos guapísimos por los que las lectoras suspiraban y chicas no menos guapísimas pero que no parecían creérselo del todo.

Una vez leídas se podían cambiar por otras y a un precio reducido en los establecimientos adecuados que ya os comentaré.
Revistas humorísticas

La Codorniz fue una Revista de humor gráfico y literario publicada en España desde 1941 a 1978. Se autoproclamaba la revista más audaz para el lector más inteligente y posteriormente también como la decana de la prensa humorística y sin duda fue una de las más longevas publicaciones de humor sirviendo de inspiración a las posteriores como El Papus, Hermano Lobo y Por Favor.

La Codorniz tuvo varios problemas con la censura (especialmente por el artículo 2º de la Ley de Prensa) y sufrió numerosas multas, apercibimientos y de modo irremediable suspensiones en 1973 y 1975, asimismo fue víctima o quizá disfruta de múltiples leyendas urbanas referidas a portadas y artículos que nunca publicó y sin embargo son famosísimos.
Novelas del oeste

El escritor Marcial Antonio Lafuente Estefanía fue un popular escritor español que escribió unas 2.600 novelas del oeste. Fue considerado el máximo representante del género en España. Además de publicar novelas como M. L. Estefanía utilizó seudónimos como (Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Luce) y para firmar novelas rosas (María Luisa Beorlegui y Cecilia de Iraluce).

Las novelas publicadas bajo su nombre han sido escritas o bien por él o bien por sus hijos Francisco o Federico o por su nieto Federico por lo que hoy es posible encontrar novelas inéditas de Marcial Lafuente Estefanía.
Semanarios de sucesos

Por último y no menos importante fue el periódico El Caso, un semanario español especializado en noticias de sucesos que se caracterizó por relatar en sus páginas los crímenes y episodios trágicos más desagradables y escandalosos de la sociedad española de posguerra. El primer ejemplar apareció el 11 de mayo de 1952 y continuó con cadencia semanal hasta su cierre en 1997.
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